Diario de León

Necesidad de regular los prostíbulos Necesidad de regular los prostíbulos

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León

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La pasada semana, toda la prensa del país, hablada, escrita y visual, se hizo eco de una, aparentemente, extraordinaria noticia: Cataluña, siempre a la vanguardia de todo, se había convertido en «la primera comunidad en regular los prostíbulos de España». Yo, personalmente, no sé si esto puede ser bueno, malo, regular o si siquiera es merecedora de adquirir el rango de gran noticia, a falta de otras por coincidir con el período estival. Tampoco me preocupa si cundirá el ejemplo en otras comunidades autónomas y más concretamente en la que a los leoneses nos ha tocado sufrir, ejemplo de incompetencia gubernamental y política por excelencia. A mí me sirve la reseña de prensa para desear que, aunque solo fuera por curiosidad morbosa, las autoridades edilicias hayan leído al menos los titulares, no más que eso ya que comprendo que sería muy fatigoso para ellos no coincidir con el período de canícula veraniega. Esa deseable lectura les recordará, a buen seguro, que con su complaciente desidia el paseo inferior de la Facultad se ha convertido en un vasto y cosmopolita burdel, con un colorido que le facilita cierto tinte exótico, obviando indolentemente que esa zona cuenta con la existencia de juegos infantiles para el disfrute de los niños y parques y jardines para el solaz paseo de los mayores. No sé si las «trabajadoras del sexo» pagan impuestos municipales por la utilización del recinto para prestar sus servicios, (casi seguro que no), y sí lo hacen si es «dinerariamente» o en «especie», pero lo que sí es seguro es que los residentes de esa zona, así como el resto de ciudadanos que transitan por ella, sí cumplen rigurosamente con sus obligaciones con el erario público. Como fieles contribuyentes merecen los moradores de Papalaguinda que el Consistorio y demás autoridades, léase fuerzas de orden público, les aseguren el respeto a sus derechos impidiendo no solamente el triste y lamentable espectáculo del «mercado sexual», sino también las broncas y altercados que se suscitan una noche sí y otra también entre las «obreras» y que no dejan conciliar el sueño a los sufridos vecinos -sobre todo en estas calurosas noches de verano en las que las altas temperaturas obligan a tener las ventanas abiertas-, tales son los decibelios que alcanzan los gritos e improperios que se dedican unas a otras y que contrasta con la silenciosa complicidad de las patrullas tanto de la Policía Local como de la Nacional que, a pesar de ser testigos presenciales de los saraos que montan, no intervienen para nada. Es de esperar finalmente, que las medidas que adopte la autoridad a quien corresponda dar solución a este tangible problema no sean las de instalar un rosario de duchas y bidés, estilo letrinas, ni camas y otros enseres mobiliarios diseminados por el largo paseo, ni locutorios para la asistencia sanitaria permanente durante la «jornada laboral«, ni soporte jurídico «in situ» para los «jefes de sección», sino la supresión definitiva del «centro de trabajo». En caso de que esto no fuera posible, hemos de esperar que al menos se estudio el traslado del mismo a un lugar donde las «trabajadoras» pudieran estar mejor controladas por esa autoridad, como por ejemplo la parte de la calle Villa Benavente delimitada por la Plaza de las Cortes Leonesas y la República Argentina o el patio privado existente en el complejo residencial en el que tiene fijada su residencia particular el señor alcalde de León. Y que no me lo tomen en consideración los vecinos de ambas zonas, a los que no deseo ningún mal, sino todo lo contrario. Andrés González Pérez (León). La pasada semana, toda la prensa del país, hablada, escrita y visual, se hizo eco de una, aparentemente, extraordinaria noticia: Cataluña, siempre a la vanguardia de todo, se había convertido en «la primera comunidad en regular los prostíbulos de España». Yo, personalmente, no sé si esto puede ser bueno, malo, regular o si siquiera es merecedora de adquirir el rango de gran noticia, a falta de otras por coincidir con el período estival. Tampoco me preocupa si cundirá el ejemplo en otras comunidades autónomas y más concretamente en la que a los leoneses nos ha tocado sufrir, ejemplo de incompetencia gubernamental y política por excelencia. A mí me sirve la reseña de prensa para desear que, aunque solo fuera por curiosidad morbosa, las autoridades edilicias hayan leído al menos los titulares, no más que eso ya que comprendo que sería muy fatigoso para ellos no coincidir con el período de canícula veraniega. Esa deseable lectura les recordará, a buen seguro, que con su complaciente desidia el paseo inferior de la Facultad se ha convertido en un vasto y cosmopolita burdel, con un colorido que le facilita cierto tinte exótico, obviando indolentemente que esa zona cuenta con la existencia de juegos infantiles para el disfrute de los niños y parques y jardines para el solaz paseo de los mayores. No sé si las «trabajadoras del sexo» pagan impuestos municipales por la utilización del recinto para prestar sus servicios, (casi seguro que no), y sí lo hacen si es «dinerariamente» o en «especie», pero lo que sí es seguro es que los residentes de esa zona, así como el resto de ciudadanos que transitan por ella, sí cumplen rigurosamente con sus obligaciones con el erario público. Como fieles contribuyentes merecen los moradores de Papalaguinda que el Consistorio y demás autoridades, léase fuerzas de orden público, les aseguren el respeto a sus derechos impidiendo no solamente el triste y lamentable espectáculo del «mercado sexual», sino también las broncas y altercados que se suscitan una noche sí y otra también entre las «obreras» y que no dejan conciliar el sueño a los sufridos vecinos -sobre todo en estas calurosas noches de verano en las que las altas temperaturas obligan a tener las ventanas abiertas-, tales son los decibelios que alcanzan los gritos e improperios que se dedican unas a otras y que contrasta con la silenciosa complicidad de las patrullas tanto de la Policía Local como de la Nacional que, a pesar de ser testigos presenciales de los saraos que montan, no intervienen para nada. Es de esperar finalmente, que las medidas que adopte la autoridad a quien corresponda dar solución a este tangible problema no sean las de instalar un rosario de duchas y bidés, estilo letrinas, ni camas y otros enseres mobiliarios diseminados por el largo paseo, ni locutorios para la asistencia sanitaria permanente durante la «jornada laboral«, ni soporte jurídico «in situ» para los «jefes de sección», sino la supresión definitiva del «centro de trabajo». En caso de que esto no fuera posible, hemos de esperar que al menos se estudio el traslado del mismo a un lugar donde las «trabajadoras» pudieran estar mejor controladas por esa autoridad, como por ejemplo la parte de la calle Villa Benavente delimitada por la Plaza de las Cortes Leonesas y la República Argentina o el patio privado existente en el complejo residencial en el que tiene fijada su residencia particular el señor alcalde de León. Y que no me lo tomen en consideración los vecinos de ambas zonas, a los que no deseo ningún mal, sino todo lo contrario. Andrés González Pérez (León).

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