Diario de León
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FERNÁN Gómez ha presentado su personal interpretación sobre Sancho. Un monólogo escrito para el teatro y en el que el escudero se defiende de las acusaciones de la Inquisición de que servir a un soñador no puede traer más que problemas. Cada cierto tiempo surge una nueva mirada sobre la novela de Cervantes, obra que admite más interpretaciones que Don Juan, un personaje al que le fue mejor con el franquismo que con la democracia; el paso del tiempo no perdona ni a los ligones metafísicos. Don Juan ha muerto, y no porque aquí ya no ligue nadie, sino porque hemos dejado hace mucho de considerar misteriosos los tobillos de las damas y, sobre todo, de sentirnos culpables por esa fascinación. Si un joven lee hoy cualquiera de los donjuanes no terminará de entender cuál es el problema... ¿no ha entrado un seminarista en la casa de Gran Hermano? Pero el laicismo de la sociedad española actual ha dejado obsoleto a Don Juan, quien, pese a todo, no era un Dinio con polainas. La mitología cervantina sigue viva, porque aún es verdad. Como la de Macbeth y sus brujas. Como la de Casablanca. La novela de Cervantes es tan genial que se identifican con ella y la siente suya hasta quienes no la han leído. Unamuno la amó y escribió una de las páginas más bellas del siglo pasado cuando propuso que los españoles saliéramos en busca del sepulcro de Don Quijote; debimos hacerle caso a don Miguel, nos hubiéramos ahorrado la guerra civil. Ahora, Fernán Gómez, reivindica a Sancho, a quien despoja de esa imagen de realista simplón y patán simpático, al que se le había condenado, un tanto injustamente. El escudero no es Fray Luis de León, está más cerca del Arcipreste, pero tampoco es un Jesús Gil de la época. Es un filósofo del dos y dos son cuatro, hasta que descubre que pueden ser también cinco. A tan sabia conclusión no llegan los realistas de tres al cuarto. Dios bendiga a los perdedores, de ellos es el reino de los clásicos. Y que San Sancho nos proteja.

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