Diario de León

Futuro del Derecho y de la Libertad

Publicado por
Isidoro Álvarez Sacristán, de la Real Academia de la Jurisprudencia y Legislación
León

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Dicen los juristas que sin el derecho no hay libertad y que la libertad es la base de todo derecho. Es decir, que para que existan unas relaciones sociales humanizadas es necesario el derecho a través de las leyes. Sin irnos más lejos, y al referirnos a las normas jurídicas más recientes —acaso primigenias del mundo moderno— en la Constitución francesa de 1791 se decía en su artículo primero que los hombres nacen libres e iguales en derechos; en el Preámbulo de la Constitución de EE UU se proclama que se promulga para asegurar la libertad; la Constitución española de 1931 se «organiza en régimen de libertad y justicia»; en la Declaración Universal de los Derechos Humanos se advierte que los derechos humanos «sean protegidos por un régimen de Derecho»: y por fin —para no cansar— la Constitución española de 1978, garantiza «la justicia, la libertad y la seguridad». Vemos, por tanto, que estamos amparados por normas —Derecho— para el ejercicio del valor más preciado del ser humano cual es la libertad.

A través de lo que se ha dado en llamar  Fundamentos y Propuestas para una estrategia nacional a largo plazo 2050 , se pretende cambiar los usos y costumbres —el Derecho— de la sociedad española. Como las propuestas son de difícil digestión, pues tienen nada menos que 676 páginas, nos vamos a referir a algunos aspectos que nos han llamado la atención. En primer lugar la cita que encabeza el texto, nada menos que es de Miguel de Unamuno al que hace decir: «Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado».

Parece entenderse que hemos de partir de cero, no tener en cuenta nuestros valores tradicionales, el saber de nuestros ancestros, el valor de nuestras vivencias y personajes. Crear un nuevo derecho, como se verá, coartar nuestras libertades. Seguramente la frase unamuniana ha sido sacada de su contexto, porque lo que sí dijo don Miguel fue lo siguiente: «En el sentido más abstracto social, lo que progresa es la tradición, lo que camina al porvenir es el pasado. ¿Qué otra cosa puede ser?», ( De esto y de aquello , 300). Porque, en efecto, no hay futuro sin mirar a lo que se ha hecho.

Los cambios que se pretenden son tan especulativos que se parecen a una teoría imposible de llevar a la práctica, sin arrastrar con ello a otros valores universales e intangibles. O tradiciones que han permanecido con gran esfuerzo humano. Son utopías o proyectos improbables. Pues si el hombre ha dominado el agua (pantanos), el aire (aviación, en proyecto incontaminante), la comunicación (teléfono, etc.), ¿cómo no va a poder dominar el pedo de las vacas? Porque, por lo visto es que comemos mucha carne y hay que cambiar los hábitos —la tradición— o que gastamos mucho en vestido y hemos de unificar la vestimenta. El caso es prohibir, prohibir, prohibir, en detrimento de la libertad. «Dame tu libertad/no quiero tu fatiga», que diría Pedro Salinas.

En realidad este proyecto es una ensoñación, como dice su propio texto en la página 23: «el futuro podemos soñarlo…». Y la otra realidad es que se trata de una traslación — a la española— de las conclusiones del Foro de Davos. Una especie de dicotomía entre capitalismo del Estado y comunismo en las decisiones políticas a través del llamado globalismo totalitario bajo el lema: «no tendrás nada y serás feliz». Se vuelve a la teoría comunista de los años 1930 cuando por Pashukanis se decía: «El derecho ocupara para nosotros (…) una posición subordinada respecto de la política» ( El pensamiento jurídico soviético,  124). Es decir posponer el derecho a la libertad y sustituirlo por la política de sus proyectos totalitarios.

Los que estamos mucho más allá de una edad provecta, no nos afecta este futuro. Pero nos da mucha pena pensar que los jóvenes de los años 50 no oirán de madrugada las esquilas de las ovejas ni verán cómo las vacas amamantan a los terneros. Eso sí, es posible que los lobos ataquen a los mastines y que los osos se coman los panales de miel. Estamos a favor del progreso y, desde luego, sin ninguna reserva con la protección de nuestro mundo, pero dejemos que los científicos se encarguen de la conservación, de la inventiva. Que la lucha por el agua sea prioritaria, que la destrucción de los residuos no empañe la belleza del paisaje, que el hombre disfrute de lo que ha sido su entorno natural. Que sea libre en al campo, en la ciudad, en el mar.

Nos parece bien que se penalice la agresión a la naturaleza o a los animales o plantas. Bien es verdad que es un exceso declarar los derechos de los animales y plantas, pues solo hay derecho si existe una contraprestación voluntaria de trabajo o servicios (eso sería otra discusión filosófica jurídica). Digamos que se trata, más que de un derecho, de una protección obligacional. Porque no hay que olvidar que el hombre es persona en cuanto posee materia y esencia —para las religiones, alma— y eso le sitúa por encima del resto de las materias. Atender a la persona y sus derechos entre los que se encuentra el de la libertad, sin él, todo proyecto falla al no contar con el principal valor de la persona. Nos convertiríamos en un objeto al socaire de las decisiones de las minorías políticas ideologizadas, acaso únicos mandatarios represivos que tergiversarán la existencia, como hacía decir George Orwell en su novela  1984,  114; «La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza». Nosotros ya hemos avisado de lo que puede venir.

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