Diario de León
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EL Instituto Nacional de Estadística acaba de certificar la desaceleración de la economía española sugerida ya por el Banco de España y por el propio Gobierno. En el tercer trimestre del año, el PIB se incrementó en un 1,8 por ciento, la tasa más baja desde 1993. En este contexto la previsión de crecimiento del gabinete para este año, 2,2 por ciento, parece difícil de alcanzar. Sin embargo, las cosas no están necesariamente negras. Es verdad que España ya no crece a los elevados niveles de 1996-2000 pero también lo es que estamos capeando la crisis internacional mejor que los demás países de la Unión Europea. Por otra parte existen algunos indicios que apuntan esperanzas. De entrada, la inversión muestra signos débiles pero claros de reactivación si bien habrá que esperar al cuarto trimestre para saber si es un repunte coyuntural o marca tendencia. De confirmarse esa segunda hipótesis, el panorama sería muy positivo ya que la evolución de la inversión anticipa siempre la evolución del ciclo. Cae antes de que lo hagan otras variables cuando se inicia una fase bajista y se recupera antes cuando comienza un período alcista. En este contexto, la economía española entra en el invierno con unas temperaturas moderadamente bajas pero lejos de la congelación. Si cogemos una pulmonía, el virus no procederá de factores internos sino de malas noticias del exterior. Ante este panorama, el Gobierno sólo puede hacer una cosa: no cometer errores y aguantar el tipo hasta que la situación escampe. Sin duda, esta recomendación parece poco vendible pero es la única sensata. En tiempos de tribulación, lo mejor es no hacer cambios.

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