Diario de León
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León

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TAMBIÉN parece que lo peor de llegar a viejo consiste precisamente en parecerlo. Se puede chochear, perder la memoria, echar la culpa de todo a la escasez de dinero, exigir que se cuezan las patatas como se hizo siempre en esta casa, pero el aspecto tiene que ser juvenil. Lo demás no importa, la conversación puede ser de carcamales, se alaba la añoranza de que nunca se vivió como en tiempos de Viriato, y que ya nada es tan bueno como antes, pero hay que decirlo con la piel tersa, sin arrugas, con lentillas incluso de colores, o metiéndole el laser a los ojos, las pestañas, las patas de gallo o los juanetes. El más rápido crecimiento en el mercado mundial de la atención personal se lo llevan los productos contra el envejecimiento, contra el aspecto de viejo, lo que ven los demás desde fuera, aunque por dentro sea uno un carcamal de tomo y lomo. De hecho muchos jóvenes y jóvenas de aspecto esplendoroso, tienen la carcundia a flor de piel y les brota en los momentos más peregrinos, al elegir un tipo de película, o de libro, o de programa fondón de la tele. Los jóvenes pueden sentir y expresar nostalgia hasta de lo que no han vivido, pero no se pueden permitir la más mínima distonía en los abdominales, igual que sus padres o sus abuelos. Mientras el cuerpo aguante, el resto da igual. La industria cosmética y la farmaceútica se han unido para no dejar pasar la oportunidad que ha surgido de la locura por ocultar a cualquier precio las imperfecciones visibles de uno mismo, y están facturando lo que no está escrito en cremas y pomadas rejuvenecedoras; en cambio, la industria de la mente ha abandonado el campo a la carcundia desde las más tempranas edades. La tele, el cine, los libros repiten las formulas envejecidas, sin ningún asomo de que pudieran hacer otra cosa distinta que dejar asomarse a sus producciones a los carcas más esplendorosos de los que encuentran por ahí.

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