Diario de León
Publicado por
Matías González, sociólogo
León

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La  patrona del cíber donde consulto mis emails me llama «mi amor» cuando le abona los cuarenta  céntimos que me factura por una copia de ordenador. La vendedora de gayumbos del mercadillo me llama «cariño» para endosarme unos boxers XXL. La camera del bar de la esquina me llama «rey» cuando me pregunta por la tapa que quiero para acompañar mi clara de caña.

Invadiendo el espacio donde estas expresiones son adecuadas, en los nidos de amor o bajo el techo familiar ¿qué lengua les queda a los amantes,  a los cónyuges avenidos y los miembros íntimos del  círculo familiar?  Es una apropiación indebida, en toda regla y sin contestaciones visibles, de los comerciantes, por el solo objeto del beneficio económico.

Si permitimos que se extienda esta ridícula novedad ya no tendremos derecho a que las palabras  representan algo razonable

Lo inventaron los magrebíes con ese «amigo», con el que tratan a todos los que llegan de este lado del estrecho. Sonaba ya forzado con la realidad que encubría, puros propósitos comerciales, pero no era más que el principio. Las gitanas del mercadillo le dieron al lexicón,  tiraron de hipérbole, y «cariño» se empezó a extender por  la península como el trato ordinario al cliente en cualquier tenderete. Una vez descubierto el filón, aguzar la pica era fácil: no tardaron en  seguirles  los «rey», «reina», «amor mío», «vida mía»... 

Los inventores de esta jerga del post-civismo son tan ajenos al contenido de las palabras que usan  que lo han llevado su empleo al esperpento. Usar las palabras que son exclusivos de las alcobas de los amantes o de los vínculos del hogar, los términos más cargados de sentimiento y afectividad,  para vender unas braguillas de saldo  o uno perfumes de top manta es tan vulgar y ordinario como sus usuarios. Tan ajenos al sentido de estas palabras que ofenden por su indecencia ya que muestran su desprecio por la lengua, el  vehículo de comunidad más intenso que conocemos.

En el Metaverso que el señor Zuckerberg nos quiere embarcar todo es simulación, o sea engaño, cartón piedra, pantalla digital. Todos nos sumergimos en la fase de simular lo que no somos, simular lo que no tenemos, Educación, civismo, urbanidad eran los signos distintivos de las personas decentes en edades pretéritas. Hoy día lo que carecen de ellas, mayoría ya abrumadora, las preguntan como si fueran su abanderados. 

Por lo menos los calós de casta  son lo únicos que hablan con sinceridad y nos llaman primos, o sea  «pringaos».

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