Diario de León
Publicado por
Arturo Suárez-Bárcena
León

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El cheli fue en su día la jerga barriobajera que se impuso inicialmente en Madrid, y que después se fue extendiendo por el resto del país, como suele pasar, por otra parte, con todo lo que viene de la capital. Del cheli, que con mayor o menor acierto fue recogiendo expresiones el señor Cela, Umbral, o cantautores como Sabina, no se podía esperar más de lo que era, un argot marginal, belicoso y chulesco que residualmente podía dar un poso de buena literatura, pero resulta que, con el paso de los años, lo que pudiera haberse quedado en la periferia tumultuosa y macarra de la gran urbe, o en el dardo en la palabra de Lázaro Carreter, se ha impuesto a su manera como tono coloquial en las Cortes. De unos porque no se esperaba otra cosa, y de otros porque se esperaba más. 

El caso es que a día de hoy, el ciudadano, si no sufre el desarraigo político que bien pudieran merecer sus representantes, escucha con cierta perplejidad cómo se cruzan insultos e improperios en el lugar donde precisamente debiera imperar eso de las buenas formas y no la mala educación, que para eso sobran cadenas televisivas y nos hizo Almodóvar la película. Así que los contenidos se van perdiendo entre las bravatas, los discursos se disuelven entre los azucarillos de la zafiedad y al cabo de unos minutos, ya no se sabe de qué hablaban estos señores, bien fueran con traje, barba recortada y corbata, o camiseta y melenas. El caso es que la oratoria ha caído de los cielos de Cicerón al fango de la mediocridad, poniéndonos nostálgicos de Cánovas y Sagasta, de Salmerón y Castelar y, ay, hasta del González y el poco elocuente Aznar. Como decían en el bar, a lo que hemos llegado, y le atizan otro sorbo largo al café.

El ciudadano medio, que todavía quedan de esos, aunque parece que se encuentran en peligro de extinción, ni quiere ni entiende a ese personal al que, paradójicamente, es posible que hayan votado, largando una papeleta porque no quedaba otro remedio, tampoco hay mucho para elegir, se lamentan, y es que, lo que en literatura daba buen resultado, políticamente es un fracaso colectivo que nos pone frente al espejo de quiénes somos, porque esa élite sale de alguna parte, de alguna ciudad en la que habitamos, son de los nuestros, nuestro infiel reflejo, y nos queda la duda de si realmente son así o si es que se someten a las exigencias del guión, al share de los afiliados.

Los niños, antaño, cuando había pelea en los recreos y se salía a la una, decían eso de a la una en el callejón, para darse una buena y final tunda cuando no vigilaba el profesorado, y ya es lo que falta en las Cortes, el último ademán chulesco de esta peña que diga lo de a la una en el callejón, gesto que no harán porque a la una o una y pico, ya tienen reservadas las mejores mesas en los restaurantes donde los prebostes se dan homenajes concluida la sesión de control, así que las tortas son tortas burdas y dialécticas y el asunto público sigue pendiente de solucionar, y así nos va. 

Como pudiera decir el recién marchado Quintero, deberíamos esperar de esta clase política un poco más, al menos un poco más, hombre.

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