Diario de León

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En nuestra sociedad española actual, de forma destacada y perceptible, observamos personajes, sobre todo en el mundo de la política, donde más se exhiben, que hacen de todo menos un buen servicio público, a pesar de ser esa su función primigenia, esperada y deseada por los ciudadanos que votamos en las urnas democráticas. Un grupo de amigos me ha pedido que intente, en las pocas líneas que generosamente se me ofrecen en el periódico, dibujar los rasgos de estos personajes resentidos, agrios y peligrosos, que están dejando a nuestro país desmelenado y a la ciudadanía, al borde de un ataque de nervios.

Me referiré, pues, a las personas resentidas. Todos conocemos y soportamos a más de uno de tan peligrosos y estrafalarios elementos, a lo largo de nuestras vidas. D. Miguel de Unamuno solía decir que «entre los pecados capitales no figura el de resentimiento, y es el más grave de todos». Realmente no es un pecado, stricto sensu, sino más bien una pasión que, según Marañón, puede conducir hasta al crimen. Una agresión, real o imaginada produce siempre sentimientos más o menos duraderos de dolor, fracaso, inferioridad… En la mayoría, el tiempo y el equilibrio personal cicatrizan la herida y se olvida tan penosa agresión; pero se dan casos, y a estos me voy a referir, en los que ese sentimiento amargo no se elimina, al contrario, se interioriza, se incuba y se incorpora a la esencia o modo de reaccionar de la persona: eso es lo que llamamos y entendemos por «resentimiento». Éste no depende tanto de la magnitud de la agresión sufrida, cuanto de la personalidad de quien se siente agredido.

Don Gregorio Marañón, en su Tiberio, esboza el perfil del resentido cuando escribe: «Es siempre una persona sin generosidad». La persona generosa y comprensiva está vacunada y revacunada contra el virus del resentimiento. Esta falta de generosidad y comprensión hacia el otro, convierte al resentido en un «ser mal dotado para el amor y de mediocre calidad moral». Suelen ser sujetos ególatras y narcisos hasta la repugnancia, con escasa capacidad para la verdadera empatía y comprensión de la necesidad ajena. De alguna forma se manifiestan como eternos insatisfechos. ¿Les faltó verdadero afecto en la infancia?, ¿sufrieron graves carencias u ofensas? Es muy posible que hubieran vivido una infancia con envidia o insatisfacción por algo que ellos reclamaban como propio y no se les hubiera concedido y ahora, en situación de poder, se creen con derechos absolutos, derechos que no están dispuestos a ceder a los demás, por miedo a perder su primacía. Recuerdan fundamentalmente las vivencias negativas de antaño y reviven agresivamente cualquier acción que sospechen pueda retrotraerles a su infancia menesterosa en algún área. Esta mala memoria les hace ver y considerar como enemigo a cualquiera que les contradiga o dispute su puesto. En los casos más serios, su pasión desmedida les lleva a mentir y a vivir fuera de la realidad, acuartelándose y rodeándose de palmeros y lamelibranquios que nunca les lleven la contraria, pagando el precio que sea, con tal de no perder el poder conquistado, en ocasiones, con artes sibilinas poco o nada claras.

Las personas resentidas suelen estar dotadas de una inteligencia mediocre. No es que no haya resentidos «tontos», que los hay, pero son tan limitadas sus capacidades que no crean problemas serios a la sociedad en la que sobreviven. Por su parte, los superdotados viven en otro castillo muy diferente y, normalmente no entran en el mundo de la política, pues sus ambiciones, si las tienen, van en otra dirección social, que yo llamaría microautística. Otra característica del resentido es que su pasión tiende al ataque impersonal o social y, si en ocasiones pudiera llegar al ataque personal, éste no va tanto contra la persona como tal, sino contra la representación social que ostenta; lo malo es que todos acabamos siendo víctimas de su egolatría. La timidez es otro rasgo distintivo. Suele ser una timidez ««resignada y no aceptada»», cargada de agresividad malsana. Llama mucho la atención a cualquier observador el hecho de que son incapaces de ofrecer sinceras muestras de agradecimiento, manteniendo formas muy frías, yo diría hipócritas, para salir bien en la foto. Todos manifiestan gran cautela y superlativa hipocresía; no soportan los mensajes encriptados, que no entienden, aunque les encante mandar a sus enemigos «avisos [casi siempre amenazas] para navegantes». Su hipersensibilidad irracional les convierte en sujetos muy vulnerables, siempre a la defensiva.

Todo esto nos lleva a afirmar que las personas resentidas no son de fiar, puesto que para autodefenderse, sin rubor ni titubeo, en un mismo tema pasan de la afirmación a la negativa, en límites cortos de tiempo, según convenga a sus propósitos interesados. Estos sujetos mantienen conductas socio-psicopáticas, a veces, rayando la paranoia. En puestos de alta responsabilidad, son de un alto riesgo, muy poco fiables y nada recomendables, carecen de escrúpulos; en sus decisiones y enjuiciamientos éticos, mayoritariamente emplean la ley del embudo: lo ancho para sí y lo estrecho para sus contrincantes.

Con este panorama radiográfico poco sano, el juicio clínico que podemos hacer de tales personajes, que sobreabundan en nuestra sociedad civil, laboral y hasta en la religiosa…, yo recomendaría a mis lectores que se volvieran reflexivos y muy críticos a la hora de votar y elegir dirigentes, siempre que les sea posible (por ejemplo en las elecciones generales, autonómicas o de ayuntamientos); en el mundo laboral no escogemos a nuestros jefes, pero sí debemos estar alertados para protegernos de cualquier tropelía o posible abuso de poder; en el mundo religioso, mundo muy importante, pero que masivamente en este país, por ausencia de buena formación, veo muy abandonada, no tanto la fe, que es asunto personal, cuanto la vivencia coherente de esa fe/creencia, traducida en firme compromiso social. Una sociedad madura y adulta, creo yo, debería estar más atenta y activa para no entregarnos cándidamente en manos de ningún dirigente que nos acabe usando como un kleenex, para satisfacer sus apetencias, sus ansias de poder o ponernos de rodillas, encumbrándose socialmente a nuestra costa y a cambio de nada.

Deberíamos tener muy claro que cualquier sujeto resentido, una vez que se encarama a una torre de poder o mando, (por pequeña que ésta sea), va a desencadenar toda su pericia y maldad, si lo necesita, para no bajarse jamás al nivel de los que, bien o mal, ha gobernado. El resentido es un fracasado como persona y, como otras muchas patologías, o tienen muy mal arreglo o, sencillamente, no tienen ninguno. Cuidado, pues, a quiénes elegimos o a quiénes sostenemos, ya que nadie, que se sepa, vuelve al horno donde se gestó o al útero que lo parió. Y acabo con las palabras de un verdadero doctor: D. Gregorio Marañón afirma, y yo lo subrayo, que «en realidad, el triunfo, cuando llega, puede tranquilizar al resentido, pero no lo cura jamás. Ocurre, por el contrario, que al triunfar, el resentido, lejos de curarse, empeora». ¡Ojo al dato! Thomas Hobbes dijo: «Homo homini, lupus»; y Unamuno: «homo homini, canis»; lobo y perro, ambos son de la familia de los cánidos; seamos prudentes a la hora de elegir los cancerberos de nuestra economía, de nuestra vida social, de nuestra convivencia ciudadana, de la educación en nuestro pueblo, en nuestra ciudad, en nuestra nación, en nuestra comunidad de creyentes... ¡Cave canem! Cuidado con el perro. El resentido siempre progresa, si le dejamos, a costa de nuestro retroceso. Los humanos somos bípedos; no doblemos nunca la rodilla ante otro ser humano, salvo para ayudarle a levantarse.

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