Diario de León
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Pasa el tiempo y muchas palabras que suenan a gloria se van desvaneciendo paulatinamente, como un reguero seco y desnutrido. Y por encima de todo me inquieta el brillo de la ¡desigualdad! social. Casi todos los responsables repiten una y otra vez la necesidad de ir aminorando la brecha entre unas clases y otras. Partimos siempre del hecho consumado de que nunca podremos igualar estos desfases.

Desde luego desde una democracia sana y desde la libertad habrá siempre unas personas con más fortuna que otras. Y eso en parte no nos debe preocupar. La variedad ha de ser ley de cambio, siempre y cuando se haga desde la más honesta competencia. Pero sí se podría poner coto a muchos desmanes, sí se debería avanzar en estrechar esas franjas escandalosas de poderío económico. Que quede un mínimo porcentaje por arriba y otro por abajo, no debería ocupar nuestra atención y esfuerzo. De momento, no hemos avanzado nada en este sentido.

Tampoco puedo con las alabanzas excesivas y el peloteo de muchos pregoneros. Tal vez, sea a cambio de algo —dinero, puestos, etc.—, pero me sacan de mi casilla cuando defienden cualquier desmán del superior. No veo nada de objetividad en muchas tertulias y comentaristas. Son capaces de defender lo indefendible ante los demás con tal de que quede a salvo su equipo, su partido, su cantante, su… Es el fanatismo llevado a sus extremos. Seguro que hay motivos ocultos que se nos escapan porque no ven con objetividad la realidad. Y no digo que no haya una pizca de subjetividad en cada opinión, pero de ahí a no admitir el error o la equivocación hay un abismo. En estos casos el sentido común nos debería orientar atinadamente. Dejemos las pasiones o sentimientos un poco distantes y pongámonos el traje de la más honrada percepción. No todo vale. Dejemos fuera el fanatismo y seremos unos contertulios comedidos y sabios. El talibanismo debe quedar fuera de cualquier sensato comentario.

Los partidos políticos con frecuencia se apropian de términos para lanzarlos como arma arrojadiza entre sí. Cualquier desliz puede derivar en axioma o descalificación. Feminismo, machismo, ultra, derecha, izquierda, comunista, nazi… son palabras que nos persiguen cada día. Son lupas que según quien las utilice tratan de abatir al contrario.

Y estos dimes y diretes nos enfrentan más de lo debido. Ya en la escuela la persona ha de crecer con un bagaje suficiente para saltar cualquier barrera que se le atraviese. Desde el sentido común y la buena práctica. Estamos en un mundo multirracial y dispar, donde el ser humano aspira a ocupar un sitio en él. La riqueza y la variedad son las dos notas distintivas y poco más. Después cada cual enfocará su vida hacia un lado u otro, pero respetándose. Así deberíamos crecer y no separando desde temprana edad a la gente en facciones o partidos opuestos o contrapuestos. Si crecemos desde la responsabilidad y el respeto podremos llegar un día a gobernar en concordia. Si ya desde pequeño buscamos la confrontación nunca encontraremos salas de consenso.

Parece peligroso achacar a unos u otros el maleficio de una sociedad. En realidad un país es como una familia numerosa. Hay discrepancias, pero el hecho de convivir en un mismo espacio obliga en parte a consensuar muchas tareas. No podemos esperar que todos piensen igual. Pero sí debemos esperar un trabajo común que nos conduzca a un éxito individual y colectivo. Todo lo que nos separe será una grieta más en la construcción de un bien común. Aquí se diluyen los membretes de siglas, partidos, etc. en aras de un logro más ideal: la necesidad de alcanzar cada cual su cota más alta.

Por eso, hoy apelo más al sentido común, al raciocinio, que a la masiva proliferación de leyes. No hacen más que entorpecer el sensato acceso al bienestar. No por poner muchas cortapisas avanzamos más y mejor. Sería conveniente una buena y escueta legislación y la cordura de todos nosotros. Más escuela, más libros, más sensatez, más humanidad… y menos coerción.

Y esto ¿a qué conduce? Sé que lo adivinarías, pero te lo voy a decir yo: no creo en los políticos tal cual son; deberían gobernar técnicos un país; los cargos, en todo caso, serían de escasa duración; la justicia debería ser independiente del todo; los ayuntamientos deberían tener más poder y control y deberían atender a las cuestiones sociales; la sanidad y la educación deberían ser prioritarias; el orden sería un deseo irrefutable… Sé que es un sueño, pero esto cimentaría una verdadera democracia.

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