Diario de León
Publicado por
Isidoro Álvarez Sacristán, de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
León

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Sobre esta cuestión ya me pronuncié en el diario desaparecido La Hora Leonesa , nada menos que en el año 1981 y seguí en varios artículos sobre el tema en «León: entre la leonesidad y la política». Ahora me he dado cuenta que es el himno de León el que contiene —en su letra— lo mejor de la leonesidad. Este Himno fue estrenado en León en el año 1934, cuya música es de Odón Alonso (padre), el gran director de la Banda Municipal y que nos deleitaba los domingos por la mañana desde el templete de La Condesa a un auditorio de la terraza del antiguo bar Universal. La letra es de Pinto Maestro, cuya familia, recuerdo, que vivía en la calle Alcázar de Toledo (que hoy se llama, por lo visto, «De las Ánimas»).

«Sin León no hubiera España», dice la primera estrofa del himno, y lo razona al posicionarnos en la historia sobre la base que, en efecto, España se construyó desde las Fueros, los Concilios y los Reyes. Pues la primera prueba de leonesidad se produce al declarar a León Imperio por Alfonso VII: «Y como el rey mandó se juntaron todos en León. Y vino también una gran muchedumbre de mujeres y clérigos… bajo el grito: ¡Viva el Emperador Alfonso!... y dio el Emperador mores y leyes a todo el reino» (García Gallo). Nace así el imperio de la unidad a través de decisiones de «tener justicia y aconsejar la paz en todo mi reino». El Himno de León lo resume: «La fama cantó su hazaña».

Así comienza la leonesidad universal, en la que se aprecia el sentido amplio de la vida del pueblo y de sus tierras, de sus leyes y su ascendencia. Dando el sentido de lo trascendente que se extiende a otras regiones y ámbitos de un Estado que se forjó unitario y no hay ningún obstáculo intelectual que lo desampare. Y es actual y moderna la estrofa del himno: «Y en su labios cobró vida/ el hermoso lenguaje español». Es decir, hay que remontarse a los años 974 y 980 en que se descubre el documento Nodicia de Kesos como testimonio del nacimiento de la lengua española —la castellana— lejos de lo que se quiere resucitar como lliunés.

Es importante lo que dice, en fin, la letra del himno: «De piedra… sobria y gentil refleja/el alma de León». Lo importante es lo espiritual, la leonesidad, el alma del pueblo, el alma de la tradición. Lo que debe de estar presente, nunca disolverse, tal como nos enseñaba Ganivet: «….un rompimiento con el pasado sería una violencia de las leyes naturales, un cobarde abandono de nuestros deberes, un sacrificio de lo real por lo imaginario» ( Idearium, 773). Ni tampoco que se absorba la leonesidad por «ismos» bastardos, ajenos a la tradición o a la familia leonesa. Produce nauseas observar cómo se añaden a signos externos (la hoz y el martillo) el león rampante. No hay otro signo para expresar lo leonés que la tradición o la familia. Pero aparece la política, la ideología que se adueña de los sentimientos. Y así es extraño, y producen nuestro rechazo, las ideas totalitarias que por boca de una que fue ministra del Gobierno socialcomunista la siguiente frase: «No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres». Es decir, la destrucción de la familia, siguiendo el rechazo que de ella tenía Engels de una forma esclavista de un sexo por el otro, plasmado, a la sazón, por el comunismo actual en lo que llaman ideología de género. Pero mucho más preocupante es que se adueñen de los hijos —que son la prolongación de la familia y las tradiciones y, por ello, de la leonesidad— para adaptarlos a lo que el Estado —comunista y totalitario— decida, anulando la voluntad y el acervo.

Lo mismo ocurre con la justicia. Somos herederos —y guardianes— de los valores de nuestros Fueros, tal como nos mandó Alfonso Rey de León y de Galicia: jurando guardar los buenos mores. Valor que, tanto personal como judicialmente se establece en la Constitución actual. Da pena y rubor que por el Poder Legislativo y Ejecutivo del Estado se vilipendie a los Jueces, dudando de su capacidad jurídica, por quienes, diciendo que representan al pueblo, jamás han bebido en las raíces humanas y señeras de tal pueblo. Estos políticos desconocen al pueblo y a su tierra, son activistas venidos a mandar y aficionados del derecho que se creen en posesión de la verdad jurídica y absolutamente «dictadorcitos». Siguiendo las más ortodoxa teoría marxista de que «la conciencia jurídica del juez corrige la aplicación de la ley» (Vyshinsky). Es decir, los jueces al servicio de la ideología, conculcando el principio constitucional del artículo 117 CE de que han de ser independientes y cuyo poder emana del pueblo. Ese pueblo que se rige por el alma de las tradiciones y de los valores de la sociabilidad de sus tierras y sus acervos culturales.

La leonesidad en España ha de alejarse de las ideologías al uso —que son totalitarias y advenedizas— y adecuar su tradición al verdadero espíritu de la Constitución sin mirar aquellas nacionalidades que viven de espaldas a ella. Porque se ha de vivir en un Estado que proteja las tradiciones que estancadas en una autarquía mental e ideologizada bajo la cerrazón de un griterío —lo que Unamuno llamaba oclocracia— desprecian el ánima de la leonesidad. Solo desde esta vivencia se puede decir que estamos ante una España plural en sus regiones.

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