Diario de León

Pascua de la libertad y de la vida

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En Semana Santa-Pascua abundan las representaciones públicas de fe y religiosidad popular, con características culturales y artísticas muy relevantes. Resulta sorprendente este estallido de religiosidad pública en el contexto actual de secularización. Pero es de desear que procesiones y celebraciones vayan más allá de la ritualidad hasta la interiorización personal y la proyección social de la fe. Las personas y las comunidades cristianas están llamadas a renovar la fe y la vida en conformidad con Jesucristo que vivió entregando la vida en el amor por la liberación de la humanidad, entrega liberadora que culminó con su pasión, muerte y resurrección.

Guerras, violencias de todo tipo, corrupción, desigualdad, hambre, paro y precariedad e informalidad laboral; ataques armados mortales a grupos de personas en EE UU ante la pasividad de las instituciones y de la misma sociedad; asesinatos de mujeres por parte de varones, incluso de niños por parte de sus propios padres; exclusión cruel e incluso mortal de inmigrantes en EE UU y Europa (países ricos), incumpliendo impunemente la legislación internacional, con el aplauso de muchos y la indiferencia de la mayoría; violaciones en «manada» cometidas últimamente por grupos de adolescentes; insatisfacción, soledad y depresión también desde edades tempranas; abandono o soledad de ancianos; «sociedad líquida» y «familia líquida», en las que las personas nadan en un narcisismo consumista y hedonista incapaz de adoptar un plan de vida sólido y permanente en uno mismo y en la relación matrimonial e interpersonal; desahucios inhumanos e inmisericordes de la vivienda, sin que la Administración cumpla con su deber de facilitar un parque asequible de vivienda social; deterioro progresivo y grave de la atención sanitaria debido a restricciones económicas y de personal y la derivación a la sanidad privada; polarización entre partidos políticos, desprestigio social de la acción política y falta de análisis objetivo y crítico de la realidad sociopolítica que conduce a la aparición de partidos y gobiernos de líneas regresivas en valores sociales y democráticos; aparición de amagos antidemocráticos y antisociales en países como EE UU, Brasil, Hungría, Israel…

¿Cómo afrontar este cuadro espeluznante de tal inhumanidad? ¿Qué hacer para cambiar o regenerar esta humanidad oprimida y doliente? No son pocos, son la mayoría: países marginales del Tercer Mundo, con África en cabeza; países presuntamente desarrollados, pero con porcentajes elevados de personas al límite de la pobreza, en pobreza moderada o pobreza severa. Y todo ello en un mundo superdesarrollado tecnológicamente, con capacidad suficiente de distribuir los bienes y prestar los servicios necesarios para que todas y cada una de las personas puedan vivir dignamente en todas sus dimensiones.

Hay determinadas organizaciones internacionales, organizaciones sociales y de la Iglesia que animan el compromiso a favor de los colectivos que padecen carencia económica o hambre, negación de derechos humanos y cívicos y laborales, discriminación, racismo, violencia de género… Pero la mayoría de la población del mundo, también de los gobiernos de las naciones, cultivan lo que el papa Francisco denomina la «globalización de la indiferencia».

Alguien me decía que no se complica la vida con cualquier oferta religiosa, pues, todo resulta claro y sencillo, lo importante es hacer el bien. Evidente, sí, pero esa «conciencia» de alguna manera la tiene toda persona y, sin embargo, se reduce en tantos casos y ocasiones a meras intenciones y palabras, pues, enseguida uno tiende a centrarse en sí mismo, en su egoísmo, con actitudes de omisión y de acción negativa y destructiva de la vida de los demás. Por ello, no resulta irrelevante pensar que «solo Dios me/nos puede salvar».

Humanamente, por tanto, parece que resulta imposible romper las cadenas del mal y de la maldad humana en todos los aspectos. Pero no; siglos antes de la era cristiana aparece la liberación personal y sociopolítica de un pueblo esclavizado en Egipto por obra de Dios, de Yahvé, que «ve», «escucha» y «actúa» a favor de ese pueblo, Israel, llamado a su vez a convivir en libertad, justicia y solidaridad. Israel celebraba la Pascua, como memorial de su liberación, la Pascua de la libertad.

Pero realización universal del sueño de Dios de una humanidad libre, justa, solidaria y (lo más importante) fraterna, la realiza el mismo Dios en y a través de un Hombre, Jesús de Nazaret, que se presenta como Hijo amado de Dios y ungido por el Espíritu (la familia divina trinitaria, no un Dios solitario).

Sorprendentemente, Jesús de Nazaret no aparece revestido del fulgor y poder divinos que nosotros imaginaríamos, sino que nace excluido de la sociedad (en un pesebre de animales), vive y actúa desarmado de riqueza-poder-prestigio humanos y muere «fuera de la ciudad», recibiendo la condena a muerte más despreciable. Jesús solamente ama y ofrece su vida de amor a quien la quiera acoger en libertad; se pone en el último lugar para poder acoger a todos sin excepción, comenzando por los últimos.

Estos son los pobres, los oprimidos, los marginados y excluidos, los perseguidos y crucificados de la historia. Esta opción por la igualdad dignidad de todas las personas y de fraternidad universal fue la que, en definitiva, provocó la animadversión de las autoridades religiosas y políticas vigentes en Israel, que terminaron condenándolo a la muerte de cruz.

Pero, la gran sorpresa es que la maldad y la misma muerte no tienen la última palabra. El poder del amor es tan acendrado en Jesucristo que fructifica en vida gloriosa, plena, como florecimiento en Él de su misma vida divina de Hijo de Dios. Y esta victoria sobre la maldad y la muerte se anuncia y se ofrece a toda persona que crea y se identifique con Jesucristo en su persona y en su vida. Es la Humanidad nueva soñada por Dios de quienes realizan la opción liberadora, a nivel personal y social, del mismo Jesucristo, de amor y fraternidad universal en el compromiso efectivo de liberación de toda la negatividad humana en todas sus dimensiones. Es la nueva Pascua de liberación y vida nueva para toda la humanidad.

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