Diario de León
León

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Contaba un paisano de mi pueblo, que era muy simpático y ocurrente, que en una ocasión estaban trabajando en la construcción de una carretera, cuando el trabajo se llevaba a cabo fundamentalmente con pico y pala, tratando, él y otros dos obreros, de quitar del camino una roca de buen tamaño. Al parecer uno de ellos opinaba que era preferible hacerla rodar; el otro opinaba que era mejor arrastrarla, y el tercero la miraba sin decir palabra. Total, que los tres hacían que hacían, uno como si empujara, el otro como si pretendiera levantarla, y el tercero comprobando si la roca se movía o no. Llevaban un buen rato con la faena en cuestión, sin resultado positivo. En eso que aparece el capataz y les pregunta que qué pasaba, que por qué no quitaban la famosa piedra. Le respondieron que no eran capaces, que pesaba mucho, etc. vamos, que no podían. Acto seguido, el capataz los echó a un lado, se arremangó y él solo se agarró a la roca y la quitó del camino. ¿Qué, les espetó, no se podía o sí se podía? Entonces, el más cachondo de los tres obreros le respondió: ¡Coño!, haciendo fuerza, así cualquiera.

Al margen de la picaresca que encierra la anécdota en cuestión, creo que tiene otras lecturas, o al menos a mí me ha proporcionado material para reflexionar sobre ciertas conductas humanas que se parecen mucho a ella. Todos conocemos el paripé como una forma humana de aparentar, tratando de dar una impresión positiva a la vez que se esconden las verdaderas intenciones del protagonista. Y el caso es que muchas veces funciona. No sé si es porque conecta inconscientemente con una tendencia al respecto de la especie humana o que el protagonista es un «artista» capaz de embobar al personal. Yo les confieso que, de niño, me quedaba «hipnotizado» con la labia, el arte, la agudeza y la capacidad de convicción que ponían de manifiesto aquellos charlatanes de feria y mercado. Eran auténticos Demóstenes caseros, capaces, con la oratoria florida de un discurso bien ordenado, rápido, lleno de matices, metáforas, etc. de seducir al potencial comprador, dejando el engaño escondido entre la increíble oferta del producto. He mencionado el engaño, que en realidad no lo era porque ya se encargaba él de diferenciar la exaltación del producto (que es donde el incauto picaba el anzuelo) de lo que realmente ofrecía, evitando posibles quejas o reivindicaciones posteriores.

Aquellos charlatanes han desaparecido hoy en día; quizás queda alguno que intenta remedarlos, como es el caso de algunos y algunas gritando en el mercadillo. Otros, en realidad, se han «reciclado», tal es el caso de muchos políticos. Yo creo que éstos no son tan brillantes en la oratoria, pero sí son alumnos aventajados en el mensaje pseudo engañoso (y, por supuesto, en el engañoso que han hecho propio) del charlatán de antaño.

Les diré que hay algo dentro de mí que me empuja a adoptar una postura lúdica (juguetona) ante la escucha de los discursos de nuestros políticos actuales en el poder. Me explico: se trata de adivinar o descifrar en qué momento, con qué frase lapidaria, va a proclamar el político la consigna que exalta y resalta la bondad de su producto. Por ej. cuanto tiempo va a tardar en pronunciar, siendo de «izquierdas», las palabras «gobierno progresista».

Ya sé que se han apropiado del concepto progresista y no soportan que otro partido no afín pueda utilizarlo. Esto me recuerda una viñeta de la revista La Codorniz en el que un señor afirmaba que no solamente él poseía la verdad, sino que además tenía la patente… También espero con igual cachondeo la aparición de la palabra «trabajadores», vocablo que utilizan con un aire mesiánico de las bienaventuranzas. No son muy dados a especificar el significado del trabajo, quizás porque la mayor parte de ellos no lo practican adecuadamente, y nos quedamos sin saber si se están refiriendo al trabajo manual, artesanal, intelectual, espiritual, deportivo, artístico, etc. e incluso a «los trabajadores y las trabajadoras del amor», a juzgar por lo metafórico del asunto.

A continuación, y habitualmente acierto, viene lo de la redistribución de la riqueza, insistiendo en que hay «ricos» y «pobres» como paradigma de la desigualdad en la distribución de los bienes del Señor. Aunque tengan razón, son torpes y primarios tocando el tema, por el simplismo de la argumentación y la forma de pretender arreglar el problema. Tampoco parece que quieran y puedan ofrecer una solución verdadera. Ahí sí remedan a los charlatanes de antaño ofreciendo un producto extraordinario (la solución del problema) a un precio irrisorio (el voto).

Sigo expectante con otro concepto que no pueden evitar proclamar (aunque se estén refiriendo al precio de la luz) que es el de la «libertad», las «libertades». Que ya sabemos y celebramos lo que significan esos conceptos, pero a los que ellos recurren para intentar liberarse, en parte, de sus complejas ataduras; también para intentar proclamar la patente de sus bondades. Los demás, banda de tiranos, están, obviamente en contra. De nuevo, el producto extraordinario del charlatán a un precio irrisorio, el voto.

Un paso más y no tardarán en referirse, sobre todo si hacen parte de la coalición del gobierno, al tema de la «mujer», ¿empoderada?, ¿discriminada?, ¿maltratada?, ¿violada? En su afán de la lucha por la igualdad (al margen de lo que todos, o casi todos, lo concedo, entendemos y estamos de acuerdo, como son los derechos, el respeto y la consideración como seres humanos, la equiparación en la remuneración salarial, etc.) se pasan tres pueblos insistiendo en lo obvio, pero sin valoración alguna de las diferencias reales y profundas que existen entre el hombre y la mujer.

Denominan «machismo» (el hombre sería superior a la mujer, por naturaleza) a una actitud con connotaciones negativas del varón hacia la mujer, pero se cuidan de calificar como «hembrismo» lo propio de la mujer hacia el hombre. Prefieren insistir en el término «feminismo» como santo y seña. Por otra parte, han decidido y legislado que el ser humano pueda cambiar de sexo si lo cree oportuno (y supongo que las veces que le plazca; vamos, de quita y pon). Ya sé que no están de acuerdo con las primigenias decisiones tomadas por una naturaleza de piñón fijo y, por lo visto, bastante atolondrada, pero eso no cambia nada la realidad de las diferencias que desde hace millones de años vienen existiendo. Ya sé que la cultura trata de modular e incluso de superar a la natura, pero eso no se lleva a cabo por decreto. Otros que venden la solución por el módico precio de donarles su voto, ya saben.

A propósito del porvenir de la relación armoniosa entre las personas humanas con diferentes sexos, dados el empuje y fuerza del sustrato biológico correspondiente, ya he dejado escrito en otras ocasiones que la cultura «civilizada», a través de una educación sana y prolongada, lograría un equilibrio más aceptable; pero no nos engañemos, eso llevaría mucho tiempo, incluso siglos o milenios, dada la lentitud de crucero del ser humano. Por eso yo insisto, para remediar el asunto, en recurrir a la necesaria ingeniería genética cuanto antes (que también es cultura).

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