Diario de León

Anita y no Papuchi, esa es la cuestión

Publicado por
Arturo Suárez-Bárcena
León

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«Ser o no ser, esa es la cuestión». (W. Shakespeare)

Cuando a un más que talludito ginecólogo que había innovado con aquello de los partos sin dolor le dio por traer más hijos al mundo, hubo un gran revuelo de risas y algaradas populares por la geografía nacional, incluso recuerda uno que el citado señor llegó a convertirse en un paradigma de la virilidad y longevidad, despertando ciertas envidias en los adolescentes, y es que los viejos venían arrasando con gracia, tino, porte y bigote incluido.

Pese a que Papuchi, alias Julio Iglesias Puga había sido más que simpatizante de Falange, como bon vivant, despertó la simpatía colectiva incluso entre aquellos que pudiera haber generado aversión y como más vale eso de caer en gracia que ser gracioso, gozó del pase pernocta moral de la sociedad española y encima con matrícula de honor. Por supuesto, y como era previsible, nuestro querido Papuchi hizo las maletas con uno de sus retoños recién nacido y otro en camino, ya que no le dio tiempo a amenizar a la intrépida cigüeña antes de que el progenitor viajase al otro mundo y si ejerció la patria potestad, tuvo que ser desde el más allá.

Como el mundo evoluciona y además hemos dado en ser ultrafeministas, y como se han dado precedentes masculinos que no han generado mayor controversia, era de prever que la historia de la Obregón pasaría desapercibida, más allá de algún comentario chusco o despectivo, al cual la señora debe estar muy acostumbrada, o que incluso recibiría un cierto apoyo del colectivo de su sexo, por aquello del que perro no come perro. Pero he aquí que pese a que nuestra sociedad gira con frenesí tratando de alcanzar o sobrepasar la igualdad de género, nos encontramos con la interesante situación de comprobar el escarnio y lapidación que Anita sufre, y precisamente por muchas de aquellas personas que le rieron la gracia al señor Puga y que hasta le coronaron como vigoroso emperador.

Todos los pueblos necesitan crear personajes populares para encumbrarlos, juzgarlos, condenarlos y si es preciso indultarlos, y vuelta a empezar, en un espectáculo redundante, vacuo y absurdo, como muy bien nos explicaría Stewart Granger buscando las Minas del Rey Salomón, y en España Anita es uno de estos personajes al que se necesita pero para apalearlo, del mismo modo que algunos romanos disponían de esclavos cuya tarea consistía en dejarse golpear por sus propietarios, por aquello de desahogarse del estrés y del trabajo cuando llegaban al hogar, dulce hogar.

Así ha sido y así será, a nuestra querida Anita —Anita ya es de todos—, es el papel que le hemos asignado en el teatro de la vida social, predestinada a estar en boca de todos siempre y por siempre y siempre mal, muerta y resucitada, de fiesta y de llanto, de esposa o de abuela, de luto o de champán, no le han respetado ni el luto familiar, lo dicho, siempre y siempre mal, aunque recordemos que en España lo importante es que se hable de uno, aunque sea bien.

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