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Algunos de mis lectores me preguntan por qué me muestro tan áspero y me ensaño de esa manera con los que dirigen este Reino de Barataria. Mi respuesta es clara: he visto lo que costó levantar este hermoso edificio que ahora disfrutamos, viví en mis propias carnes, en mi ya lejana juventud, los sacrificios que hubo que hacer para devolver la dignidad al pueblo de España, envilecido  por cuarenta años de autocracia militar y cuatrocientos de clausura clerical. Y ahora, atónito, estoy viendo cómo una juventud crecida entre toda clase de comodidades y libertades, se empecina en vindicar y pregonar un supuesto paraíso socialista, hipnotizada por los vendedores del revanchismo, alimentado por el rencor de la derrota de sus mayores.

En mi juventud fui socialista, hasta simpaticé con el comunismo aunque sospechaba que las virtudes que nos vendían sobre los paraísos del proletariado al otro lado del Telón de Acero los voceros  de izquierda eras más falsas que monedas de madera. Repartí panfletos subversivos en mi Facultad, corrí delante de los caballos de los «grises» del dictador, sufrí alguna noche de calabozo. Viví la ansiedad de aquellos trepidantes años en los que los abanderados de la libertad, personas y medios, ellos y ellas, tenían que defenderse de los dentelladas que desde ambos lados, la extrema derecha y la extrema izquierda, les lanzaban.

Recuerdo la matanza de los abogados de Atocha, los asesinatos de manifestantes por las libertades, a cargo de los franquistas que se negaban al cambio. Y todos recordamos la sangre que ha costado, por el otro lado, las acciones de los terroristas de izquierda, del Grapo, de la ETA. Recuerdo el golpe de stado de Tejero, que nos recordó lo frágil que era todo aquello y el triunfo clamoroso del PSOE renovado del señor González Márquez. El que renunció al marxismo  y aceptó  las normas del Estado de derecho. Aquel PSOE reparó grandes agravios, arregló grandes desarreglos pero acabó comido por la pudridera resultante de  doce años de mandato ininterrumpido.

Cómo no alterarme ahora viendo  como estos desdichados, ellos y ellas, que nos gobiernan quieren quitarnos las libertades para levantar una supuesto paraíso  popular autocrático. Y cinco millones de conciudadanos les aplauden, conformes con perder su dignidad de vivir en un sistema de libertad. Hechizados por la soflama de que la vuelta de la derecha será insufrible.

La lamentable derecha del señor Aznar González, que permitió los primeros atisbos de pudridera dentro de su partido y su indigno sucesor, el señor Rajoy Brey, don Chapapote, que consintió su desbordamiento son los principales culpables de este deterioro presente.

Así que si Europa no impide esta catástrofe,  me veo de nuevo perseguido por los liberticidas de turno, esta vez de color opuesto a quienes me persiguieron en mi juventud. Es el signo de los románticos, los idiotas que creemos en causas al servicio del común. El resto, los que solo aspiran a servirse a sí mismos, se sentirán a gusto con lo que sea con tal de que tengan su plato de lentejas. Con su pan se lo coman, que como decía el autor del Quijote  «no hay bien más preciado que la libertad».