Diario de León

Sor M.ª Luisa Conde, maestra y enfermera

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Hace ahora año y medio que despedí desde esta Tribuna a Sor Margarita, la más joven de las Hijas de la Caridad, primero en San Cayetano y luego, la mamá cariñosa y solícita de todos los bebés y niños del Hogar dependiente de la Junta, en la calle de La Serna. Hoy vuelvo a la carga, recordando mi mensaje de entonces: «Las Hijas de la Caridad viven calladas y mueren en silencio». Dos virtudes admirables, pero muy difíciles de encontrar en nuestra sociedad actual y, acaso por ello, la sociedad no les presta atención ni agradece los servicios prestados. ¡Una intolerable grosería!

Se nos acaba de marchar a la Casa Grande, (6.6.2023), Sor Mª Luisa Conde, con 102 años, llenas sus manos de méritos y virtudes. Éstas se las premiará el Dios a quien consagró toda su vida; pero sus incontables méritos socio-laborales… (¡!): Funcionaria de Hacienda en su Galicia natal, siendo muy joven; después, ya como religiosa, más de cincuenta años dedicada en cuerpo y alma a la enseñanza como maestra de niñas y como enfermera y docente en hospitales y Escuelas de Enfermería en Navarra, Madrid, Barcelona y aquí en León, donde fue el alma mater y primera directora de la meritísima Escuela de Enfermeras, dependiente de la Diputación Provincial; Escuela creada el curso 1965-66 en el pabellón Niño Jesús de la CRISC. Aquí mismo no solo ejerció la dirección y docencia de las jóvenes estudiantes de enfermería, sino que en el curso 1969-70 trabajó como directora del grupo escolar de niñas en el llamado Pabellón Virgen María. Tras su definitiva jubilación, siguió desempeñando dentro de su comunidad, incansable y ejemplarmente, labores de dirección en alguna comunidad y como secretaria del arzobispo de Santiago, Mons. Suquía, a inicios de los ochenta, y muchos más en la Casa Provincial de Villaobispo, amén de un servicio de voluntariado social y humano con los presos de Villahierro hasta tiempo muy reciente. Vamos, que la ciudadana y religiosa de la Caridad nunca estuvo parada ni ociosa durante su larga vida, lo cual ya es un mérito a destacar y una virtud a imitar.

Y es aquí donde vuelvo a levantar mi voz de queja, en defensa de sor Mª Luisa y de tantas otras hermanas, que como ella han entregado miles de horas en servicios ininterrumplidos y, al final, las instituciones ni siquiera se lo agradecen con una corona de rosas el día de su defunción. A los funcionarios, al jubilarse, al menos les dan la medalla de la casa. Pongo un ejemplo muy reciente: la muerte del diputado Matías Llorente. Me emocionó positivamente ver las coronas de flores que cubrieron su ataúd, recordando sus múltiples servicios públicos y perdonando berrinches y encontronazos; pero hoy me entristeció mucho la inexplicable ausencia del merecido reconocimiento a esta ciudadana y religiosa que dedicó toda su vida a un importante servicio social y educativo, con más méritos que la mayoría de los diputados y con un sueldín que ruborizaría a cualquiera que los quisiera comparar.

Es más, soy testigo, aunque me callaré el nombre por civismo, soy testigo, repito, de una llamada que me hizo desde la Diputación de León un diputado, indigno del cargo y de la responsabilidad que ostentaba, el día 4 de noviembre de 1991. Como director y administrador de la Residencia Infantil de San Cayetano mandé una carta al Diario de León y a la Crónica, agradeciendo los 127 años ininterrumpidos de servicios prestados por las Hijas de la Caridad (en los Hospicios de León y Astorga y en la CRISC), despidiendo a las últimas religiosas, todas cargadas de méritos y algunas también de años. Pues bien, el botarate de referencia, en llamada telefónica me dijo: «Bodelón, vaya carta que les has escrito a las monjas. ¡Rezarán mucho por ti en el cielo!» y soltó una carcajada. Indignado por tal insolencia y porque ningún diputado de la corporación se había dignado subir a despedirlas, teniendo que salir las cuatro últimas en mi coche particular sorbiéndose las lágrimas, mientras rezaban por los niños y niñas allí acogidos, yo contesté al insolente colgándole el teléfono para evitar decirle lo que me pedía el cuerpo.

Algo similar sucedió con la salida de las religiosas de la Residencia de Ancianos anclada en parte del antiguo cementerio leonés en la carretera de Asturias. El veterano periodista Eduardo Aguirre (15.12.1992) dejó impreso para la posteridad el epitafio que radiografía la desmemoria de las instituciones y de los dirigentes que no cumplen con la educación básica: al menos, agradecer los servicios prestados, obligación de cualquier institución. Pues, una vez más, la descortesía y el olvido institucional nos ofende a los bien nacidos. Sor María Luisa Conde, Hijas de la Caridad, perdónenlos, porque no saben lo que hacen, o sí lo saben, pues como escribió con pluma afinada el periodista señor Aguirre, «…cuando un equipo de gobierno pierde las formas, es que perdió mucho tiempo antes el fondo». ¡Como para seguirles votando!

Pero voy a ir más lejos, ¡ganando amigos y amigas! Aquí no ha fallado solo la institución provincial del Palacio de los Guzmanes. La hoy flamante Escuela Universitaria de Enfermería de León tiene mucho que agradecer a la Diputación porque puso en órbita y con mucho prestigio al colectivo femenino de Enfermería creando y financiando dicha Escuela en el Pabellón Niño Jesús (curso 1965-66), colocando al frente de la misma a nuestra difunta de hoy, la alaricana Sor Mª Luisa Conde Pena, Hija de la Caridad, (me hubiera gustado tener su pobre nómina para compararla con la de los diputados olvidadizos). Y bien, ¿qué agradecimiento ha manifestado el Colegio Profesional de Enfermería /ATS/DUE? Díganlo ellos/ellas, porque pude ver presentes ante el féretro a tres antiguas alumnas de la segunda promoción del año 1967, quienes me certificaron la disciplina, la profesionalidad y la ética que les inculcó y nunca olvidaron. Pero no me consta que el Colegio profesional aprovechara la ocasión para poner en valor a esta maestra de excelentes enfermeras. O es que, si la heroína es una religiosa que ha gastado su vida formando niñas y jóvenes, ¿no merece un recuerdo, una calle por ejemplo, incluyendo a ese batallón de las Hijas de la Caridad que han cuidado con primor la educación y la vida de miles de niñas en toda España, cuando no había maestras para atender a las niñas pobres?

Pues sepan los lectores que la reina Isabel II, (Real Orden, 23.5.1852), antes de que el ministro Claudio Moyano Samaniego sembrara la semilla de las escuelas de magisterio (1857), en un país cuyo analfabetismo era superior al 80% en la población nacional, concedió permiso y privilegio a las Hijas de la Caridad bien formadas para que ejercieran el magisterio, potenciando la educación y la enseñanza de las niñas en todos los hospicios de nuestra patria. Lástima que hoy la ministra, señora Alegría Continente, no valore ni luche por aunar esfuerzos educativos, pagando mejor a los profesionales de la enseñanza pública y concertada, ya que necesitamos de ambas para elevar el nivel cultural de toda nuestra población, incluida la masa de los políticos, muchos de los cuales llegan al cargo bastante asilvestrados y con el pelo de la dehesa. De esos polvos tenemos el barrizal presente y el olvido, sin hacer memoria de las mejores cabezas operativas y pensantes, como la de sor Mª Luisa Conde, mujer, religiosa y gallega de pro, es decir, de Allariz. ¡Descanse en paz, querida hermana, enfermera y maestra!

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