Diario de León
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Estamos en el año 23 del siglo de la autolatría. Los constructos teológicos que han mantenido doblada la cerviz del  paisanaje hasta fechas cercanas  han colapsado uno tras otro. La cruz, desde que el desenfreno de los Borgia la convirtió en un signo de depravación. La rueda budista es una venerable reliquia ya apenas venerada en el Indostán profundo. Solo la media luna se resiste en mantener su yugo. Caerá sin remedio porque todas las idolatrías se han reconvertido en una sola: la autolatria.

Desde que el doctor Zuckerberg, el astuto alquimista que transmutó el vulgar chismorreo en oro digital,  consiguió los recursos  necesarios, el nuevo culto a uno mismo se ha expandido por todos los rincones del esferoide. Los smartphones son ahora las santas escrituras  con las que evangeliza el Vaticano de Silicon Valley  a los nuevos fieles de la  feligresía autolátrica. Los selfies, las múltiples  genuflexiones  con las que acumulamos puntos en el universo digital. A golpe de foto, de video, de meme, de zasca, nos postulamos, nos promovemos y nos alzamos a lo alto del  altar y nos ofrecemos a la parroquia para que nos conozca, nos admire, nos reverencie y nos adore si es necesario, 

La muchachada consume sus breves primaveras con la cámara autoenfocada  a sus gentiles figuras  en todas las posturas que les permiten sus articulaciones, para rendir a sus  galanteadores. Los aprendices y oficiales de cualquier arte malabar o contorsionismo volatinero nos ofrecen sus maestrias y habilidades por doquier. Los parlanchanes nos deleitan declamando sus alborotados pregones a tempo allegro-vivace sobre cualquier asunto. Los potentados nos exhiben sin rubor sus propiedades; los atlétas, su bíceps; los lascivos sus genitales, los graciosos sus chistografia; los cultos sus saberes. 

Es un culto universal,  con un único acto litúrgico, la repetida  genuflexión ante la pantalla móvil, el apresurado scrolling, que es como el bisbiseo plegaria de las antiguas beatas,  y los «Like», el amén que pide el oficiante en los templos de cruz en torre, Y ya tiene su papisa vaticana, se llama Miley Cyrus y la encíclica musical urbi et urbe que arrasa con billones de descargas en todas los redes del globo y se llama «Flowers». La encantadora Hanna Montana que nos deleitó con sus infantiles travesuras de playa en un Malibú pararadíaco, ha devenido la suma sacerdotisa de la Nueva Iglesia de la Autolátría Universal.

Les adjunto el cogollo del  contenido de su proclama:  I can buy myself flowers , «puedo comprarme yo misma mis flores» talk with me for hours «hablar conmigo misma durante horas» I can take myself dancing  «puedo llevarme a bailar a mí misma» I can hold my own hand «puedo cogerme yo misma mi mano» I can love me better than you can «puedo amarme a mi misma mejor que tú» I can love better, baby. Más claro, ni el agua del Manzanal.

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