Diario de León

Sencillas y magníficas personas

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A veces uno experimenta la sorpresa feliz de contemplar y acompañar a personas sencillas o corrientes que no ostentan ningún prestigio especial, pero que afrontan situaciones personales de enfermedad lacerante con un temple admirable. Personas golpeadas agudamente por un sufrimiento constante, sin tregua ni de día ni de noche, que se impone incluso sobre el tratamiento médico como una tortura incesante. Y sin perspectiva previsible de solución o mejora, sino, al contrario, recibiendo el veredicto de impotencia de los mismos profesionales sanitarios. Pienso en mí preguntándome: ¿Podría yo soportar una situación de tanto dolor como esta?

Y, sin embargo, cargan con ese sufrimiento constante sin alterar casi su modo de vida y sus ocupaciones domésticas, haciendo largos paseos, frecuentando espacios de recreación, comunicándose con amigos y vecinos. Cuando yo les pregunto cómo están, describen su situación de forma muy desesperanzada, diciendo una y otra vez que están a punto de tirar la toalla; pero el mismo hecho y modo de expresarlo indica cómo vienen afrontando activa y positivamente día a día su dura realidad.

¿Qué necesitan estas personas de parte de sus familias y de personas amigas? Voy viendo que el mejor regalo y ayuda que reciben es la atención personal, la escucha, el acompañamiento, la comunicación empática, el compartir con ellas tiempo o comida o salidas. Ello les hace traspasar el círculo opresor y depresor de su continuo dolor hacia otra experiencia de ser, de estar y de sentirse. El hecho de estar con personas amigas que las escuchan y las animan, comparten tiempo de ocio y comida, las estiman y quieren, todo ello es la mejor ayuda que pueden recibir

Muchas veces no somos conscientes del bien que les podemos hacer simplemente acompañándolas, escuchándolas y hablando con ellas. Cuando decimos que hemos de hacer el bien a los demás, pensemos en acompañar primeramente a esas personas que están en nuestra misma vecindad, a nuestro lado, y que sufren tanto. En la propia dinámica de la vida familiar abundan a veces el silencio y hasta el aislamiento de cada uno en sí mismo. O se habla a veces de cualquier cosa excepto de lo que cada uno está sintiendo o padeciendo.

Y en un momento dado, como una revelación, uno siente la emoción de encontrarse con unas personas sufrientes realmente magníficas, incansables, servidoras de su familia y agasajadoras de sus amigos, activas participantes de eventos sociales o vecinales. ¿Cómo calificarlas? ¿De héroes? Pero no son triunfadoras sobre nadie sino que simplemente afrontan positivamente, aunque con cierta agonía, su situación y se esfuerzan en desarrollar su plan de vida normal en todos los ámbitos. Podríamos pensar que en cierto modo son personas santas, porque ponen el valor de la vida por encima de cualquier otra cosa, del mayor dolor; es decir, mantienen la fe en la vida a pesar de todo, de alguna manera sacralizan y reconocen el valor divino de la vida —máxime si se reconocen creyentes—. Podría añadir que, desde el punto de vista creyente, la oración a Dios Padre, fuente y garante de la vida, es una corriente de energía liberadora y vivificadora radical que actúa de modo infalible, aun siendo externamente inverificable.

En cualquier caso, estas personas constituyen un verdadero modelo de vida a nivel personal, familiar y social. Un ejemplo vivo en contraste con tantas formas negativas de vivir, de tanto pasotismo infructuoso, de tanta vaciedad existencial, de tanta incomunicación esterilizante, de tanta carencia de compromiso ciudadano, de tanta depresión ante dificultades reales o aparentes. Un ejemplo y un reto estimulante. Somos invitados a compartir su vida y su sufrimiento, como la mejor ayuda para ellos y también para nosotros mismos.

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