Diario de León

Navidad de vida en tiniebla y sombra de muerte

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Tiniebla y sombra de muerte tan densa y cerrada, sin atisbos de luz en Ucrania, Gaza, países de África en situaciones agónicas de convivencia y subsistencia… Sombras de muerte padecidas por tantos inmigrantes, obstinados en cruzar mares y fronteras arriesgando la vida por el simple sueño de poder vivir, ante el cínico y mortal egoísmo de puertas cerradas de los países (europeos) que los colonizaron y aun hoy los explotan. Muerte directa de mujeres por asesinos y violadores. Y muerte diferida por efecto del hambre, la pobreza, la ausencia de trabajo y la precariedad laboral en todo el mundo, también en España. Proceso cada vez más acelerado de muerte de la naturaleza, nuestra Madre Tierra (Pachamama). Y, ante todo ello, el espectáculo irresponsable, necio y ridículo de ansia de poder a nivel internacional y en el interior de las propias naciones.

¿De dónde dimana tan persistente y mortal tiniebla? De la mente y el corazón humanos, de la persona, de cada uno de nosotros. La pretensión humana originaria de querer ser como Dios, determinando por sí mismo el bien y el mal, late en cada ser humano que nace y desde que nace. Será necesaria una revolución antropológica, realmente humanizadora, para pasar del egocentrismo autosuficiente, posesivo y dominador a la consideración de sí mismo como ser abierto, relacional y comunitario, en una relación interpersonal de verdadera libertad en igualdad y fraternidad. Será únicamente esta la verdadera revolución humana y social que defina la auténtica identidad y proyecto vital de cada persona.

¿Seremos capaces de lograr ese modelo de persona, que construya una humanidad a todos los niveles —internacional, nacional, familiar, interpersonal— sostenida y animada por la libertad responsable, la igualdad y la justicia, la paz y la reconciliación, la amistad social y la fraternidad? La respuesta se cifra negativa considerando la monstruosidad criminal —por así decir— del mundo actual con sus guerras, masacres y genocidios, ante lamentaciones estériles, inoperancia de las instancias internacionales e incluso connivencia expresa de países, así como la escasa repulsión y tímida reivindicación popular a favor de la paz y la vida de las personas y los pueblos. Estamos asistiendo pasivamente desde las gradas a un verdadero infierno humano, que lamentamos pero que no nos moviliza ni parece importar demasiado.

Pero hay otra cara de la realidad humana y social a lo largo de toda la historia y de la humanidad actual. A través de los tiempos se han ido fraguando avances de verdadero progreso humano a nivel de persona y de sociedad. Recordemos, por ejemplo, el paso de la esclavitud al feudalismo y al capitalismo. Y este, el capitalismo actual, viene siendo cuestionado profundamente por su explotación de las personas, los pueblos y la misma naturaleza —como generador del cambio climático, por ej.—. Son muchos los teóricos que reclaman una renovación radical del sistema capitalista, al unísono también con el cuestionamiento profundo por parte de la doctrina social de la Iglesia.

Hay hoy, tanto o más que nunca, personas y organizaciones sociales bien concientizadas de las situaciones vigentes de deshumanización e implicadas intensamente en promover la dignidad de las personas y de los pueblos, la defensa de los derechos humanos, la democracia en países que adolecen de ella, la paz y la reconciliación por encima de factores étnicos-nacionales-religiosos, la acogida-protección-promoción e integración de los inmigrantes, la implementación de derechos humanos como trabajo decente-vivienda-salario básico-salud-educación, la igualdad en todos los ámbitos de la mujer, la ayuda solidaria y la promoción del verdadero y justo desarrollo de los países empobrecidos, la defensa y cuidado de la Madre Tierra luchando contra el cambio climático-la deforestación…

Y, finalmente, las religiones y la Iglesia. Todas las religiones son positivas como búsqueda de la luz y la asistencia de la divinidad en la trama de la vida humana desde el nacimiento a la muerte y como cauces de integración social. Luego, también degeneran -incluida la Iglesia- en aspectos que contradicen su propia esencia. Necesitan un proceso de renovación constante. En concreto, la Iglesia Católica está inmersa en el proceso de renovación sinodal, que exige la vivencia y participación comunitaria de todos los cristianos y la opción primera de atención y liberación de los empobrecidos.

En este tiempo de increencia y secularismo, celebramos la Navidad 2023. Ante nosotros se presenta un Niño que nace en un pesebre desvalido, excluido y descartado, que pronto ha de emigrar a causa de la persecución herodiana, que —ya adulto— durante menos de tres años se dedicará totalmente a la sanación, liberación y reconciliación de todos los que encontraba en su camino, y que, al final, morirá en una cruz, perdonando a todos y salvando al ladrón arrepentido. Alguien que entrega totalmente su vida por la humanidad, movido solamente por el ¡amoar! Presuntamente aniquilado y vencido por el rechazo y el odio del poderío maligno que domina el mundo, ante la sorpresa casi increíble de sus propios discípulos, se hace presente en medio de ellos, para que continúen la misma tarea liberadora de humanización y divinización que Él había iniciado.

Sí, parece que nadie nos puede salvar y que necesitamos abrirnos a un amor más grande que el que nosotros podemos lograr: el amor de Dios en Jesucristo, que nos puede deslumbrar, enternecer y transformar en esta Navidad. Él nos regala la ¡paz!: «Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor». ¡Feliz Navidad!

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