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Desigualdad: contra la vida y dignidad de la persona

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Ya conocemos cifras o porcentajes de desigualdad, descarte y explotación de personas y pueblos. Deberían avergonzarnos, pero la mayoría de la gente vive (o vivimos) en una burbuja de bienestar consumista y hedonista que nos anestesia o nos cierra inconsciente o conscientemente a la inhumana situación de vida de tanta gente en nuestro país y en el mundo.

Es España hay 4.8 millones de pobres y 10 millones en riesgo de pobreza. Concretamente el pago de alquiler de vivienda asfixia a más de tres millones de hogares. Pero, ¿no es el derecho a la vivienda uno de los Derechos Humanos reconocidos por la ONU y también en la Constitución Política Española? Ello significaría que la vivienda debiera estar a salvo desde la acción política legislativa, no quedando al albur del funcionamiento del mercado.

Un régimen social de desigualdad: en España el 10% de personas acapara el 50% de la riqueza —el 1% acapara el 22% y el 50% dispone mínimamente del 8% de la riqueza—. Las empresas energéticas y los grandes Bancos otorgan retribuciones millonarias a sus ejecutivos y accionistas, mientras 14 millones de ciudadanos ven aumentadas sus hipotecas y el 17% no pueden disponer de calefacción.

Ello se replica también a nivel mundial: las cinco personas más ricas del mundo han duplicado desde 2020 sus ingresos (de 405.000 millones de dólares a 869.000 millones), mientras la riqueza de 5 mil millones de personas en el mundo (60%) disminuye.

¿Qué resonancia tiene en nosotros esa abrumadora desigualdad, que hace que una minoría de gente en el mundo nade en la sobreabundancia mientras que la mayoría oscila entre un nivel de vida básicamente satisfactorio en Europa para un 60% y una proporción de personas, muy amplia en África y América Latina, que viven en riesgo de pobreza, pobreza severa, desnutrición y hambre? Quizás vivimos en una desmemoria que previene nuestra sensibilidad para no sentir preocupación ni responsabilidad alguna. Tanta gente ni siquiera se ocupa de informarse con lectura o reportajes serios sobre todo ello, viviendo como fuera de la realidad. Peor es que siendo conscientes, apenas se hable de ello o no se haga nada.

Solamente el 16,3% de los jóvenes españoles pueden emanciparse, pues su sueldo no alcanzaría para pagar el alquiler de vivienda y suministros básicos. La edad media de emancipación es de 30,3 años. Parecería imposible, pero es la realidad: un horizonte frustrante para que los jóvenes puedan plantearse una vida personal y socialmente positiva y la constitución de una familia —pareja e hijos—.

Ante todo ello, parece que las prioridades políticas en nuestro país giran en torno a otros temas, como el independentismo de algunas regiones. Cuando afloran temas de carácter social y laboral, como salario mínimo, impuestos progresivos en proporción a los ingresos (y concretamente a las grandes corporaciones empresariales y financieras), mejoras laborales… la reacción de una porción importante de españoles —también de estatus económico inferior— es de carácter negativo.

El salario mínimo vital parecía abrir una puerta de cierto alivio para las personas en situación más precaria, pero resulta que la inmensa mayoría de quienes tendrían derecho al mismo no lo perciben por causa de excesivos requisitos burocráticos o simplemente porque no han llegado siquiera a conocer su disponibilidad. Parece un fallo muy grave de los servicios públicos precisamente a personas de extrema necesidad.

Y ya tocaría hablar de los inmigrantes a España, a Europa, a EEUU… Trump afirma que los inmigrantes envenenan la sangre de los estadounidenses; políticas generalizadas de cierre de fronteras y de reclusión y expulsión de los llegados; incluso el abandono a su (mala) suerte en el mar a riesgo de muerte segura; mentalidad y actitud general, especialmente de partidos de derecha y extrema derecha, de rechazo total… Parecería que los antepasados de Trump no fueran emigrantes, que los españoles no conquistaran y ocuparan América y luego tantos emigraran a países hispanoamericanos…

«¿Cómo estáis tan letárgicamente dormidos?», increpaba fray Antonio de Montesinos a los españoles en La Española en 1511, acusándoles de explotar y oprimir a los indios. Quizás nos vendría bien dejarnos interpelar por esa imprecación. En este mundo, realmente convulso -además con guerras y masacres-, parece que vivimos sin apenas inquietud alguna por conocer y actuar de alguna manera, desde una conciencia de reconocimiento de la dignidad de cada persona y de sus derechos humanos.

No hay apenas reacción popular de denuncia y reclamación públicas ante tantas situaciones deshumanizantes o indignas y de grave riesgo contra la vida o claramente criminales.

El Papa Francisco pone el dedo en la llaga cuando en la última encíclica, Laudate Deum, afirma: «La lógica del máximo beneficio con el menor costo, disfrazada de racionalidad, de progreso y de promesas ilusorias, vuelve imposible cualquier sincera preocupación por la casa común y cualquier inquietud por promover a los descartados de la sociedad» (LD 31).

Y reclama que se establezcan «mecanismos globales ante los retos ambientales, sanitarios, culturales y sociales, especialmente para consolidar el respeto a los derechos humanos más elementales, a los derechos sociales y al cuidado de la casa común» (42)