Diario de León

TRIBUNA

LUIS-SALVADOR LÓPEZ HERRERO MÉDICO Y PSICOANALISTA

¿Doctor Google?

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N o cabe duda de que la tecnología, que siempre ha formado parte del proceso de hominización, ha evolucionado a un ritmo imparable. Y, sin embargo, parecería que todo este avance viniera ahora a cuestionar el porvenir de la humanidad.

No hay más que ver la cantidad de artículos que han ido apareciendo a lo largo de estos últimos años, a propósito de la inteligencia artificial, para tomar conciencia del desplazamiento que están sufriendo los individuos en favor de diferentes objetos tecnológicos, con el curioso beneplácito de nosotros mismos.

Ahora bien, la transformación tecnológica en nuestro mundo viene de lejos y de forma constante. En un principio, buscando tan solo una mayor rentabilidad o una mejor eficacia en el trabajo agrícola, ganadero o industrial, bajo el pretexto de incrementar la producción o la calidad de vida de los ciudadanos. Pero lo que nadie podía suponer en aquellos tiempos era que las maquinas no sólo facilitarían o colaborarían en el trabajo, sino que ellas mismas podrían reemplazar definitivamente a los seres humanos en el empleo de sus capacidades.

Y esto nos sugiere una cuestión de sumo interés para la mayor parte de la población. Si hasta la fecha el amo siempre había precisado de mano de obra para la obtención de sus beneficios (esclavos, siervos, profesionales liberales, obreros, asalariados…), ¿qué pasará con toda esa gente cuando ya no se precise de esta fuente laboral? Además, conociendo la condición humana, ¿quién se hará cargo de toda esta ingente masa de población, ociosa, desheredada y completamente incapaz de encontrar cualquier asidero de trabajo, en un mundo infinitamente tecnificado y repleto de objetos caros, fuera de su alcance? Por otra parte, ¿dónde vivirán en esas urbes futuristas de las que nuestra imaginación aún no alcanza para encontrar respuestas imaginarias?

Si, es cierto, se prometen muchas cosas, demasiados avances en todo, incluso la desaparición de muchas enfermedades o la inmortalidad en un futuro cercano. Pero piensen un poco: ¿Para quién serían todas estas supuestas esperanzas si la mayor parte de la población, convertida en paria, ya no tendría capacidad para obtener el sustento diario?

De ahí las dudas, que comienzan a aflorar en amplios sectores profesionales acerca de su continuidad laboral, una vez que sienten en la nuca el empuje de la estela digital. Por ejemplo, en una reciente convención de robótica, los empleados de servicios plantearon ponerse en huelga tras comprobar cómo un robot competía con ellos en el suministro de café para los visitantes.

Pero el problema no es sólo que la tecnología esté supliendo a los seres humanos en sus diferentes funciones, sino que nosotros mismos estamos favoreciendo toda esta transformación, al abrazar sin ningún reparo ni atisbo de reflexión, todo aquello que nos están fomentando con sumo interés y sin ningún pudor, de forma vertical.

Luego parecería que la supuesta víctima estuviera complaciendo en su fantasía a su propio verdugo.

Y si nos atenemos ahora al campo médico, aún recuerdo la progresiva sustitución de la tradicional historia clínica y la pericia intuitiva del médico por el amplio abanico de protocolos terapéuticos, algoritmos diagnósticos o escalas sintomáticas a partir de ítems, que buscaban una mejora en el diagnóstico o en el tratamiento de las enfermedades.

Nadie se daba cuenta en ese momento que, mediante ese estilo rápido y poco artístico de evaluación clínica, se estaba abonando el terreno para todo aquello que se vendría a proponer más tarde, de forma supuestamente eficaz como eficiente, a través de la tecnología digital.

Por eso la cuestión no es tanto poder formular ahora la pregunta sobre si los ordenadores podrán suplir en un futuro próximo la labor de los profesionales, o incluso hacerles desaparecer como si de una ficción apocalíptica se tratara, sino más bien de tomar conciencia de la decidida y pragmática propuesta del discurso hipermoderno, para que esto sea verdaderamente así, con el fin de ralentizar o dirigir, de otro modo, toda esta locura in crescendo que vivimos.

En este sentido, claro que «Dr. Google» podrá procesar multitud de datos a partir de las peticiones de pacientes convertidos en clientes, o de informar toda una variedad de diagnósticos y de supuestos tratamientos. Pero, sinceramente, ¿quién no vendrá a continuación a contrastar la opinión de la tecnología con el supuesto saber de un profesional humano?

Además, hay infinidad de matices de orden cualitativo, que no se pueden aprehender a través de la relación con un medio digital ni tampoco elucidar suficientemente, como es el caso de la comedia humana y sus mentiras, dobles sentidos, chistes e intrigas, en donde subyace la necesidad de dotar, de cierta unidad y significación, a todo aquello que pensamos, sentimos o formulamos.

Lo cual está sumamente alejado de todo eso que la tecnología puede ofertar, al carecer de un pensamiento y de una voz supuestamente propia, como encubridora.

Y qué decir del mundo de los afectos o de las emociones y sentimientos, o de la propia empatía, tan alejada de cualquier marco digital como imposible de suplir con una simple mirada o audición virtual, sin pagar un alto precio por ello. Porque somos cuerpo, mente e inconsciente, que es el «alma» del psicoanálisis, no puras máquinas.

Por todo lo expuesto, no se dejen engañar y disfruten del aquí y ahora, en este mundo humano de carencias, apetencias, sinsabores, alegrías, infelicidades e instantes de plenitud, porque es en este mundo, en donde aún se pueden fabricar sueños, ilusiones y fantasías, del que la máquina, no lo duden, es incapaz de programar, ni mucho menos de sospechar.

Hay infinidad de matices de orden cualitativo, que no se pueden aprehender a través de la relación con un medio digital ni tampoco elucidar suficientemente, como es el caso de la comedia humana y sus mentiras, dobles sentidos, chistes e intrigas
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