Diario de León

TRIBUNA

Prisciliano Cordero del Castillo sacerdote y sociólogo

Hablemos del infierno, pero sin asustar a nadie

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A hora que estamos ya en Cuaresma, tiempo en que con frecuencia se nos hablaba del las terribles penas del infierno para invitarnos a la conversión, hablemos del infierno, pero con lenguaje evangélico. Han pasado poco más de tres semanas desde que el papa Francisco, en una entrevista en un programa de la televisión italiana, dijo: « Me gusta pensar que el infierno está vacío;  Espero que así sea». También dijo que esta opinión «no es un dogma de fe, sino mi pensamiento personal». El papa Francisco no es el primero en plantear la posibilidad de que el infierno esté vacío, algo que te puede sorprende si desde niño te enseñaron a pensar que el infierno estaba lleno de almas atormentadas y de toda clase de instrumentos de suplicio, como lo pintaron Miguel Ángel Buonarroti en la Capilla Sixtina, el Bosco en el Jardín de las Delicias o tantos otros pintores y escultores de todas las épocas de la historia del arte, principalmente en los siglos XVII y XVIII.

Uno de los teólogos más destacados del siglo pasado, Hans Urs von Balthasar, no negó la existencia del infierno, pero preguntó en un libro de 1988: ¿Nos atrevemos a esperar que todos los hombres se salven? Su respuesta fue sorprendente: «probablemente no todos seamos salvos, pero puede ser parte de nuestro deber cristiano esperar que así sea.  De lo contrario, limitamos la misericordia de Dios». Von Balthasar, nacido en Lucerna, Suiza, en 1905, ingresó a los jesuitas en 1929 y fue ordenado sacerdote en 1936. En 1950 dejó a los jesuitas para dedicarse a un instituto laico consagrado llamado Comunidad de San Juan, que él mismo había fundado. En 1969, el papa Pablo VI lo nombró miembro de la Comisión Teológica Internacional;  En 1971 fundó, junto con Ratzinger y de Lubac, la revista teológica internacional Communio .  Murió en Basilea en 1988. Las especulaciones teológicas de von Balthasar sobre el infierno constituyen sólo una pequeña parte de su enorme aportación teológica. Autor de más de 80 libros y 500 artículos a lo largo de su vida, se le suele mencionar junto con Karl Rahner y Bernard Lonergan como los grandes teólogos del siglo XX.  A Von Balthasar a menudo se le atribuye, junto con algunos de los pensadores anteriormente citados, el mérito de haber rescatado a la Iglesia del «desierto del neoescolasticismo» que dominaba la teología católica antes del Concilio Vaticano Segundo.

Pero volviendo al tema del infierno, ¿qué dijo realmente von Balthasar sobre el infierno en  ¿Nos atrevemos a esperar que todos los hombres se salven?  Ciertamente no negó la existencia del infierno; después de todo, las Escrituras ofrecen innumerables ejemplos de la creencia en el infierno, y tres concilios afirmaron la creencia en la condenación. Lo que von Balthasar argumentó fue que la gracia de Dios puede ser tan poderosa que incluso los peores entre nosotros podrían arrepentirse de sus pecados al morir o encontrarse tan abrumados por esa gracia que simplemente se someterían a ella. El Papa Juan Pablo II dijo algo parecido en 1999: «La condenación eterna sigue siendo una posibilidad, pero no se nos concede, sin una revelación divina especial, el conocimiento de  si los  seres humanos están efectivamente involucrados en él».

Entonces hay que concluir que sí, que el infierno existe, pero no nos corresponde a nosotros saber quién está ahí y por qué, como sugirió el papa Juan Pablo II, o quizás no haya nadie y el infierno esté vacio, como le gusta pensar al Papa Francisco, o que sea parte de nuestro deber cristiano hacer que así sea, que el infierno esté vacio, como anteriormente había escrito von Balthasar.  Esperemos, pues, con el papa Francisco que el infierno este vacío, aunque esto no sea dogma de fe. De lo contrario, quedaría malparada la misericordia infinita de Dios, de la que nos hablan los evangelios y la figura entrañable del padre que abraza y perdona a su hijo en la parábola del Hijo Pródigo.

Lo que von Balthasar argumentó fue que la gracia de Dios puede ser tan poderosa que incluso los peores entre nosotros podrían arrepentirse de sus pecados al morir o encontrarse tan abrumados por esa gracia que simplemente se someterían a ella
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