Diario de León

TRIBUNA

Luis Miguel Vila doctor en historia

Cartas desde Ibiza

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Ú ltima multis , así reza una inscripción en el reloj de la catedral de Ibiza indicando que la última hora de una persona suele ser también la última hora para muchas otras. Este recuerdo de su estancia en Ibiza pudo ser el último pensamiento del famoso pensador y crítico literario alemán Walter Benjamin al quitarse la vida en la frontera entre España y Francia en 1940, agotado y acosado por los regímenes fascistas europeos de mediados del siglo XX.

Walter Benjamín, considerado el pensador de la modernidad y una mente brillante, recaló en Ibiza en la primavera de 1932 atormentado por la depresión y las dificultades económicas y ya estando en el punto de mira del naciente régimen nazi.

La amistad, los largos paseos, el impulso creativo, aliviarse de sus preocupaciones existenciales fueron también razones que le llevaron hasta este hermoso lugar del Mediterráneo. Para él esta experiencia tuvo que ser lo más parecido a un viaje en el tiempo.

Ibiza, en estos años era un lugar apartado del mundo, detenido en el pasado, no en una fecha concreta, si no en la intemporalidad del Mediterráneo antiguo o la de un reino misterioso alejado de las rutas conocidas. Los pocos extranjeros que visitaban el lugar o bien se congregaban en los escasas tascas y pensiones existentes o buscaban el aislamiento y la soledad cerca del mar o en casas solitarias en el interior de la isla.

No cabe duda de que viajar a un lugar desconocido y prolongar la estancia sin un billete de regreso siempre ha sido un sueño instalado entre la supervivencia, el desarrollo personal y la literatura y la mitología.

Walter Benjamin parecía el más insospechado de todos los turistas o visitantes de la Ibiza de aquellos tiempos. Cuando llega por primera vez a la isla el caminante de las metrópolis europeas modernas de Berlín y París descubre un mundo que parece haberse mantenido a salvo de los excesos del progreso y la urbanización, todo en la isla se le semejaba dormir una agradable y eterna siesta; las costumbres, la tecnología, las casas, los hombres y las mujeres.

En las cartas dirigidas a sus amigos y colaboradores que conservamos nos relata su vida habitual levantándose muy temprano y colocando su tumbona sobre cualquier colina dedicándose a leer y escribir hasta el mediodía, Stendhal o Proust son lecturas que confiesa repetir por puro placer. Sin embargo, su actividad favorita son sus largos paseos por la isla y el conocimiento del mundo tradicional campesino. Son especialmente entrañables los apuntes etnográficos que deja sobre las costumbres de los ibicencos en sus escritos.

En la isla se encuentra con un silencio en el que perdura la intimidad y el recogimiento necesario para la percepción de los estímulos de la naturaleza y para la reflexión. En ese entorno Benjamín retoma su gusto por narrar inspirado en los antiguos relatos orales de los isleños basadas en testimonios de individuos que han vivido la historia que se disponen a contar.

Según sus propias palabras Ibiza se le reveló como un sitio genuino en todas sus manifestaciones desde la naturaleza, la economía, las relaciones sociales a las tradiciones y la arquitectura.

Benjamin se manifiesta maravillado por el paisaje que considera el más virgen que jamás ha encontrado y que se ha conservado así milagrosamente por estar en la periferia de los movimientos del mundo, incluso de la civilización.

En lo económico Ibiza al ser una isla pobre la vida resultaba muy barata y acorde a sus escasos recursos económicos, vivir se le hacía más fácil.

La arquitectura le subyuga por la pureza de formas y la racionalidad extrema de unos edificios levantados por campesinos y albañiles que no sabían leer ni escribir y que, sin embargo, ideaban soluciones siempre originales basadas en modelos constructivos milenarios, usando materiales como la piedra, el ladrillo y la cal con más armonía y eficiencia que los modernos materiales como el cristal y el metal. Los isleños dotaban a sus hogares de una capacidad orgánica que iba creciendo según las necesidades de la familia.

En 1933 hace un segundo viaje a Ibiza, pero ya no lo hace en calidad de viajero curioso si no como exiliado que no puede volver a su país y no tiene dónde, ni de qué vivir. En este regreso percibe grandes diferencias en la isla donde ya va produciéndose la llegada de ilustres turistas; Rafael Alberti, Albert Camus y otros artistas e intelectuales pasaron por la isla pitiusa atraídos por un mundo mágico de libertad individual y naturaleza privilegiada y un mundo bohemio de pintores y escritores en ciernes.

Cuando abandona definitivamente la isla después de unos meses la desesperación y el desasosiego perturban el equilibrio que le había proporcionado su efímero remanso mediterráneo, imposible ya de retener. Estudiando sus cartas y los testimonios de quienes estuvieron con él Benjamín se nos manifiesta sumido en una abrumadora soledad y melancolía, donde la pulsión del suicidio es cada vez más dominante. Es admirable su voluntad de pensar y escribir en las condiciones más adversas.

Pensador clarividente, visionario de la modernidad, escribió sobre la relación entre la civilización y la barbarie y el enmascaramiento de que en las promesas de la ciencia se esconde una verdadera deshumanización. Por otra parte, vislumbraba un futuro donde la estupidez humana ilumina lo no valioso con un fetichismo que oprime al ser humano. Sin duda sus reflexiones fueron proféticas de la realidad del mundo actual.

Benjamin en sus ensayos, proyectos literarios y colaboraciones en radio y prensa nos ha dejado un legado fragmentario y caleidoscópico de lo particular y singular y eso le hacía vislumbrar nuevos caminos intelectuales a tomar por todas partes lo que le incluye en ese grupo de personalidades que sitúan su obra en una eterna encrucijada.

De esta experiencia vital del llamado pensador vagabundo en la isla pitiusa podemos participar todos en la nueva exposición temporal del Museo de los Pueblos Leoneses gestionado por el Instituto Leonés de Cultura denominada Ibiza, la isla perdida de Walter Benjamin de la fotógrafa y restauradora Cecilia Orueta que siempre ha mantenido una estrecha relación cultural con León.

Esta exposición consiste en la muestra de una colección fotográfica compuesta por veintidós imágenes en la que la fotógrafa madrileña sigue los pasos de Benjamin por diferentes lugares de la isla de Ibiza intentando reconstruir las sensaciones vitales del pensador alemán en sus dos estancias en la isla y a la vez dejándonos su testimonio personal en escenas y paisajes sobre las indagaciones y reflexiones que tal experiencia de investigación y creatividad le supuso.

La exposición es una peregrinación luminosa, intimista y evocadora de la isla mediterránea donde el objetivo de la cámara de Orueta ha sabido captar rincones naturales y sensaciones humanas muy similares a las que tanto inspiraron a Walter Benjamin.

El acierto de este montaje expositivo del Museo de los Pueblos Leoneses es insistir en hacer patente el arte y su relación con la ciencia en general y la etnografía en particular como dos formas de tratar con la experiencia y hacerla más inteligible. El arte es una aproximación a la etnografía más didáctica, más sensible y más cercana.

Walter Benjamin no era poeta ni filósofo, pero pensaba poéticamente sobre las encrucijadas del ser humano, y Shaw ya afirmó que los poetas hablan consigo mismo y el mundo los oye por casualidad.

De esta experiencia vital del llamado pensador vagabundo en la isla pitiusa podemos participar todos en la nueva exposición temporal del Museo de los Pueblos Leoneses ‘Ibiza, la isla perdida de Walter Benjamin’ de la fotógrafa y restauradora Cecilia Orueta
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