Diario de León

TRIBUNA

Casimiro Bodelón Sánchez
Psicólogo clínico

¿Por qué tanta corrupción?

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El literato Dostoyevski en su obra Los hermanos Karamazov hace una afirmación lapidaria que nunca se me ha olvidado: «Si Dios no existe, todo está permitido». Por su parte Augusto Comte, en su filosofía, viene a afirmar que si sólo miramos a nuestro ombligo, no sería posible una Ética-Social consistente, mediante la cual cada ciudadano sea capaz de sacrificar su gusto o su interés, por el bienestar de todos.

Visto el panorama que nos hemos encontrado tras la maldita pandemia del covid y la infame encerrona, estamos constatando cuantos nos libramos de la muerte por el virus fatídico, que unos «listillos», carentes de la Ética más elemental y endiosados en un poder absoluto (eso debieron pensar), se dedicaron a esquilmar las arcas que nos pertenecían a todos y que ellos deberían haber custodiado. Esos listillos nunca han mirado más que a su obligo, aunque se autodefinan como «sociales», más bien han optado por la filosofía de Iván Karamazov. Yo no sé si, tras haber salido con vida milagrosamente del hospital Monte de San Isidro, cuidado con exquisitez por la Dra. Blanco y todo un batallón de jóvenes heroínas que nos cuidaban con todo el cariño, jugándose la vida, no sé, repito, si he vuelto a una sociedad más humana y sensata (eso esperábamos muchos, tras pasar el gran susto), o más bien nos hemos encontrado un país en el que los dirigentes le han dado la vuelta como a un calcetín, haciendo la política que Voltaire definía como «el camino que hombres sin principios utilizan para dirigir a hombres sin memoria». ¿Memoria he dicho? Pues sí, memoria he dicho y no quiero perderla, ni quiero que la pierda ninguno de los ciudadanos con los que convivo y, si, como parece, existe la llamada memoria artificial, espero sea utilizada para beneficio social y no para exterminio de los jubilados, de los que un botarate afirmó que sobramos, porque ya hemos vivido bastante, según él.

Dándole vueltas en mi mente a este panorama o cisco (barullo) político actual, siento la tentación de conjugar reflexivamente el verbo ciscar y llamar a una rebelión pacífica pero muy firme, para quitarnos de encima a tanto malandrín, chupóptero y falaz, que llaman «cambio de opinión» a las mentiras que nos cuentan cada día. Somos un país pacífico, pero no un rebaño soñoliento de tontos aborregados y se nos está faltando al respeto descaradamente, amén de empobrecernos de forma inmisericorde.

En tiempos de escepticismo y de anestesia social de la ciudadanía, que espera sin creencia ni esperanza, es cuando nace, crece y se desborda la corrupción: ya ha venido y quiere quedarse. Si lo permitimos con nuestra sordomudez y nuestra pasividad, luego no valdrá con lamentarse; y es que no estoy gritando de forma carnavalesca ¡que viene el lobo! No, los lobos ya están en manada entre nosotros y no nos queremos dar por enterados, esperando que Europa de los mercaderes cambie la ley de ‘caza y pesca’, que nos arregle nuestros despilfarros políticos. Pongámonos las carlancas de nuestros mastines, pues estos desalmados lobos, vividores a nuestra costa, vienen a degüello y a nuestras yugulares.

Sé que más de uno, (bastantes), me dirán que soy un pesimista y alarmista. No, en absoluto. Estoy harto de vivir rodeado de escépticos, pero sedicentes o autodenominados creyentes, que esperan cada día el milagro de la multiplicación de los panes y los peces; de esos que lloran si llueve, cuando necesitamos el agua para beber y para regar las lechugas.

Esos son tan devotos, que en tiempo de sequía, por ecología reventarán los pantanos y luego sacarán en procesión a San Isidro Labrador, esperando el milagrito de las rogativas. ¡Papanatas, así nos va!

Esto tiene arreglo, pero sólo mediante el compromiso masivo, donde todos nos apoyemos y nos ayudemos. Los pastores necesitan agua y pastos para sus rebaños, nuestros labradores necesitan abonos y plaguicidas para sus campos y cosechas, nuestros médicos y enfermeras necesitan facultades de medicina, nuestros niños y niñas, buenos maestros y maestras; todos nosotros necesitamos buenos guardiaciviles y buenos policías para la protección y la buena convivencia ciudadana.

¿Hay aún tontitos que no se preguntan o no saben, al pedir un lechazo en el restaurante, dónde nacen y dónde maman los corderos? ¿Se han preguntado los que critican a los agricultores por sus tractoradas lo que cuesta producir un litro de leche, un kilo de ternera, un jamón serrano, un litro de buen vino, una arroba de naranjas valencianas, nuestro arroz de la Albufera, una hogaza de buen trigo, una barra de centeno o una caja de fresas de la huerta murciana? ¡Pues a comer las de Marruecos, bien contaminadas!

Demasiada ignorancia de la realidad lleva a cientos de niños y niñas a desconocer el origen de la vida, a no valorar el esfuerzo de los que nos cuidan, de los que nos enseñan, de los que nos curan, de los que nos proporcionan alimentos frescos y sanos. El esfuerzo, el sacrificio de muchas vidas que se inmolan en silencio para que todos vivamos mejor es una lección que evitará a muchos ignorantes creer que el dinero llueve del cielo y no como resultado del sudor diario, salvo en la casa de los mentirosos, de los ladrones de guante blanco o guante negro.

Llegar a ser una buena enfermera, una buena especialista en cirugía, un buen médico de familia, un buen maestro, un buen guardia civil, un militar especializado…, cuesta muchos sacrificios, supone mucha entrega; al igual que cuidar un rebaño de ovejas, de cabras o de vacas; una piara de cerdos o una granja de conejos o de gallinas; sembrar y cuidar los campos…; nada es gratis, si se hace bien y pensando en los demás para que vivan con dignidad.

No se puede educar aterrorizando a los más pequeños y a la población en general con el soniquete de medias verdades sobre el «cambio climático».

Yo he aprendido desde muy niño, con frío, hambre y sabañones lo que es el cambio climático, cuando ni había agua corriente, ni sanitarios en las casas de los pueblos. El cambio climático existe desde el principio de los tiempos y lo que tiene que aprender toda criatura racional es el deber de cuidar cuanto le rodea, a las personas, a los animales, a las plantas y a toda la naturaleza.

Y saber que, aun haciendo todo esto lo mejor posible, no está en nuestras manos apagar un volcán, apagar las estrellas, evitar catástrofes naturales. Meter miedo no arregla ni mejora las conductas equivocadas.

Aprender que los racionales hemos de usar todos los recursos racionalmente; pero los gobernantes han de ser los primeros en dar ejemplo… ¡Y tantas veces son los peor educados, los más chulos y abusadores, los más corruptos!

Mantener la esperanza, la calma, sí, siempre; pero no aceptar nunca el sometimiento esclavista mediante la represión y el miedo paralizador; ¡ah! Y nada de esperar milagros, cuando no utilizamos la cabeza para pensar, las manos para ayudar y el corazón para amar: somos seres privilegiados que valoramos muy poco lo que tenemos y con demasiada frecuencia nos olvidamos de los que tienen menos que nosotros y de los que nos ayudaron cuando pasamos necesidad.

El milagro de la vida, del cambio social y del cambio climático está en nuestras manos; no esperemos que llueva del cielo. Somos las manos largas del Dios del universo; se trata de usarlas bien y no esconderlas en los bolsillos, esperando que otros arreglen nuestros disparates.

En tiempos de escepticismo y de anestesia social de la ciudadanía, que espera sin creencia ni esperanza, es cuando nace, crece y se desborda la corrupción: ya ha venido y quiere quedarse. Si lo permitimos con nuestra sordomudez y nuestra pasividad, luego no valdrá con lamentarse; y es que no estoy gritando de forma carnavalesca ¡que viene el lobo!
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