TRIBUNA
Mini España (socio-ficción)
Imaginemos, por unos instantes, el mañana de esta nación en la UVI, de esta España que boquea en su agonía. Un mañana tan cercano que podría ser mañana mismo, el mes que viene o un puñado de años, a lo sumo. El Gobierno Frankenstein se renueva por enésima vez, después de otra consulta a las urnas y otro fracaso de sus oponentes, escindidos por la simple egolatría de sus incompetentes líderes. Con el apoyo de los separatistas, aupados por la miopía del señor Chapapote y su camarilla de plutócratas agradecidos y la esquizofrenia narcisoide del señor Falconetti y su corral frenópatico de Yupi-adictos, se dispone a iniciar una nuevo desuello del costillar patrio para saciar el apetito insaciable de los perros guardianes de las tribus secesionistas. Pero entonces, imaginemos, irrumpe la temida supercrisis de la deuda soberana, ese Himalaya de débitos de los Gobiernos, las corporaciones y los particulares de todo el planeta. La ultraderecha se apaga en el corazón de Europa y la UE se tambalea entre una estampida de las primas de riesgo de los países más endeudados.
Una primera llamarada del incendio: parálisis de la inversión exterior, fuga-estampida del capital foráneo, desplome de los mercados de valores y del laboral; los indicadores del pulso económico se vienen abajo, repunta como cohete la prima de riesgo y aumentan a su rebufo los intereses exigidos por la deuda española. Y desde el BOE y el Congreso una primera oleada de emanaciones tóxicas: aumentos masivos de cargas impositivas y de gastos presupuestarios para Servicios Sociales. Todo lo cual, colapsa el consumo interno y hace derrumbarse la actividad económica. El círculo infernal del colapso económico está urdido: bloqueo y descenso de inversión y consumo, aumento de impuestos e intereses de la deuda. El pago de estos intereses se comen un pedazo cada vez mayor del presupuesto del Estado y hay menos recursos para servicios. La calle se agita a pesar de tener a sus adalides en la Moncloa.
Desde el Consejo de Ministros y el Congreso de los Diputados un bombardeo dramático de autoritarios decretos: policía fiscal, expropiaciones empresariales, nacionalizaciones exprés, policía política, censura informativa, las perlas comunes a toda política neototalitaria. Y desde las tertulias audiovisuales y la prensa amarilla un vociferío creciente contra las directrices europeas y una histeria neonacionalista. Para burlar las cortapisas de Bruselas e incumplir el pago de la deuda, lo que agrava cada día la solvencia del Estado.
A ese terremoto económico que no será parecido al venezolano, no se equivoquen, sino al griego, se unen el tsunami político; los separatistas reclaman los referéndums pactados, primero Cataluña, después, Euskadi... después Navarra… Canarias... Baleares... Los referéndums se perderán pero se volverán a convocar... como en Escocia o Quebec. O se ganarán y el resultado: una Mini España de 100.000 kms. cuadrados y 10 millones de habitantes menos, con un PIB y un renta pér capita un tercio más pequeña. Fronteras, aduanas y odio y rencor hacia todo lo catalán y vasco que nos llevará a un nuevo 98, depresión colectiva, parálisis institucional. Monarquía abatida
Habremos llegado al episodio final de esta seudonación llamada España, este estado fallido que nació amputado hace quinientos años, sin el hermano portugués, y vivió cautivo de la ceguera criminal de la oligarquía castellana. Los antepasados de los Alba, que ahora se pasean por las portadas de la prensa couche, que aceptaron humillarse ante la camarilla flamenca del principito de Gante en lugar de apoyar a los comerciantes de las comunidades.
La historia nos devolverá al punto de partida, al de los Toros de Guisando. La Península Ibérica se habrá fragmentado en un puñado de mini-naciones, una nueva geografía balcánica en el Plus Ultra de Europa. No es tan lamentable como parece, La prosperidad de las naciones no la hace su tamaño. ¿Hay países mas prósperos que Suiza, Singapur, Luxemburgo? La hace la cohesión de su ciudadanía en torno a un modelo común.
Lo único que debiera importarnos es la salud de nuestro bolsillo. Si no perdemos un tercio de nuestros salarios o pensiones o patrimonios ¿de qué vamos a quejarnos? Seremos más pequeños pero estaremos más unidos. Abarcaremos menos pero apretaremos más.