TRIBUNA
El ministro necesita un batallón de visitadores
El 24 de octubre de 2022, hace ahora dos años, salió en prensa el affaire planteado por unos menores que viajaban de Barcelona a León y fueron apeados del tren en Palencia por su mal comportamiento. En esta misma sección salí en defensa del interventor que cumplió escrupulosamente con sus obligaciones; cambió la ministra y el presidente de Renfe, Sr. Taboas, ha sido ascendido por su colega el Sr. Illa a un alto cargo en Cataluña, mientras un vallisoletano ha subido a ocupar el despacho ferroviario. Uno se pregunta si esto es un país serio o es La casa de las Chivas (Jaime Salom). Pantaleón y las visitadoras es una novela de Vargas Llosa. No desvelaré nada que los lectores del Nobel hispano-peruano ya conocen sobre el papel de las llamadas «visitadoras» en las milicias de la Amazonía Peruana.
Las actitudes descaradas del ministro Puente, responsable del desbarajuste que vivimos a diario en nuestra selva ferroviaria, me estomagan y me llevan a jugar con dos palabras contrapuestas y de significado muy diferente, que no sé si el ministro conoce, y hasta puedo hacer reír a muchos sufridos usuarios de este importante transporte; llamo «sufridos» a los miles de pasajeros porque llevan soportando pacientemente la inacción y la impericia del caballero al que su señor le ha regalado un cargo para el que no parece tener la mínima capacitación. A los hechos me remito.
La intrincada y compleja red ferroviaria española, con fama y prestigio mundial hasta hace pocos años, se está convirtiendo en el hazmerreír internacional, dejando al pie de los caballos a todo el excelente personal de nuestra afamada empresa Renfe. Y no hace falta ser muy inteligente para darse cuenta de que este cargo, del que disfruta el actual ministro, nos sale muy caro porque tan importante empresa nacional está manejada por un inepto y no por un ingeniero, con título adecuado y formación pertinente, como exige el más elemental sentido común.
Mire, señor ministro, se lo voy a explicar de la forma más sencilla y asequible para que me entienda; antes, para no perder el tiempo en explicaciones prolijas, le voy a recomendar dos cosas muy útiles para su labor ministerial: la arriba citada novela de D. Mario Vargas Llora, para su solaz y un «martillo de visitador». Vamos, pues, a explicarle el tema.
En la novela se nos cuenta, entre otras hazañas bélicas, que el batallón de las visitadoras, bien instruidas y bien armadas, eran usadas, (nunca mejor dicho), para levantar la moral de la tropa militar en la Amazonía Peruana… Ahora bien, en las actuales circunstancias y en nuestra querida e importante empresa Renfe, lo que usted necesita urgentemente es un aguerrido batallón de «visitadores con martillo». Es muy posible que usted, tan joven, creerá que le tomo el pelo. No, le tomo el pulso a sus exiguos conocimientos ferroviarios y le aviso para que no meta la pata y nos llene los trenes con visitadoras como las de la novela de D. Mario, a modo de distracción para los pasajeros agobiados.
¡Por favor, ni se le ocurra! Ni visitadoras, ni chivas, sino todo un ejército de visitadores de martillo, (adaptados a las tecnologías del siglo XXI, claro), para trabajar en los talleres de Renfe y en los de la Talgo, para que no emigren y perdamos esta afamada marca de calidad ferroviaria, y española hasta la médula: Tren-Articulado-Ligero-Goicoechea-Oriol.
Como a usted y a muchos jóvenes con menos de cuarenta años no les suena ni han conocido al importante y numeroso cuerpo ferroviario de «visitadores», con la agravante de que tampoco habrán visitado un museo de ferrocarril, donde se exponen los viejos «martillos de visitador», voy a intentar explicárselo en pocas líneas. ¿Vale?, pues vamos a la faena.
Las ruedas de los antiguos trenes con máquinas de vapor llevaban llantas, recambiables tras el desgaste o la rotura por frenada, sobrecalentamiento u otro motivo, y esta era la razón por la que en cada estación y, por supuesto en las revisiones en los talleres al final de trayecto, se llevaban a cabo inspecciones minuciosas en los rodamientos, (eran los pies de nuestros trenes y necesitaban profesionales bien pertrechados para tan importante pedicura), estos profesionales pertenecían al llamado cuerpo de «visitadores», (médicos de rueda o podólogos del tren, para que me entienda, señor ministro), que, en lugar de un estetoscopio, llevaban un martillo de largo mango con el que golpeaban las ruedas de la máquina y de cada vagón de pasajeros, conociendo por el sonido, si alguno de los rodamientos estaba roto o desgastado, previniendo posibles accidentes y velando por la seguridad del pasaje en tránsito.
Dicho todo esto de forma resumida y sucinta, algo que usted debería haberse estudiado antes de ascender a la responsabilidad de cuidador de los caminos de hierro, de los trenes y, sobre todo, del numeroso grupo de trabajadores y excelentes profesionales del ferrocarril español, voy a pedir a mis buenos amigos ferroviarios (fui cuidador de huérfanos de Renfe tres veranos consecutivos en León), que le regalen, cuando deje el ministerio, un «martillo de visitador» y un «ramo de laurel» para el balcón de su casa.
Será una buena forma de recordarle que Renfe nunca fue ni queremos que sea una casa de chivas, sino una empresa de referencia y prestigio nacional e internacional, si ustedes no nos la estropean.