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Publicado por
Manuel Alcántara
León

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En un alarde de generosidad, el Gobierno pagará el viaje de regreso de los inmigrantes a sus países de origen. La verdad es que no caben todos y hay que pasaportar a los que no tengan pasaporte, ni contrato de trabajo, ni «papeles». Sucede en todos los países de la Unión Europea: se ven obligados a rechazar a los intrusos que, en su insolencia, pretenden establecerse en las naciones donde se considera habitual el hecho de comer un par de veces cada día. No se entiende por qué las asociaciones de inmigrantes critican el «oportunismo» de las medidas gubernamentales. ¿Es que alguien se ha creído de verdad eso de que todos los hombres somos hermanos? Hay naciones que, gracias a sus difusos antepasados y también al esfuerzo de los contemporáneos, han conseguido un buen nivel de vida, que consiste en tener un poco de dinero más del que hace falta para vivir. ¿Por qué compartirlo?, se preguntan las sociedades cristianas de Occidente. Aquí estamos atareados en lograr una distribución lo más equitativa posible de la riqueza, pero eso de que nos hagan repartir la miseria, a ver qué trocito nos toca a cada uno, nos parece una idea extravagante. Hemos recibido ofertas mucho más sugestivas que eso y hemos sabido desecharlas. Un extraño linaje de turistas ese de los inmigrantes: vienen sin cámaras fotográficas y sin reservas hoteleras. Cuando emprenden el viaje ignoran si van a quedarse en el trayecto y cuando llegan no saben si les van a mandar a sus terribles patrias de origen a porte pagado. El Gobierno va a destinar más fondos para pagarle el viaje de vuelta a quienes no están en el fondo del mar. Se irán para no volver. La Ley de Extranjería sigue siendo la ley de la selva. El que tenga una solución para el problema debe apresurarse en comunicarlo. De momento, el presidente Aznar ha dicho que una gran parte de los delitos que se cometen en España son obra de extranjeros sin permiso de residencia. En vez de visitar lugares típicos y jugar al padel, se dedican a delinquir. Unos turistas extraños, ya digo.