Diario de León
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León

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VIVIMOS en una sociedad donde los límites de la decencia e incluso de la personalidad se desplazan tan rápidamente que, abracadabra, un «aparcacoches» de Las Palmas de Gran Canaria llamado Pedro Alfonso ha pasado a denominarse Ruth y, lo que es peor, se ha transformado en improvisado doctor en estética femenina. Pasándose por el forro el juramento de Hipócrates, el travestí se dedicaba a realizar chapuceros implantes de silicona en distintas peluquerías de Lanzarote. Empeñadas en la realización de sus opulentos sueños, numerosas mujeres canarias reclamaron los servicios del comerciante en senos para convertirse, según la terminología clásica, en «bellacas fraudulentas que engañan con el relleno, el maquillaje y la impostura». El citado doctor Mabuse, se supone que con mano de albañil, inyectaba aceite de silicona en el pecho de las incautas, diseñando unos picos gemelos que maravillaban a novios y esposos. Así, hasta que comenzaban a aparecer feos bultitos y, de un día para otro, la majestuosa cadena montañosa se deshinchaba como un par de globos pasados de fecha de caducidad. Semejante pingo se ha paseado, vestida de viuda italiana, por distintas cadenas televisivas para tratar de justificar sus tejemanejes quirúrgicos en el cuerpo de las mujeres que acudían a ella con la inocencia de la primera comunión. El juez no está de acuerdo con la explicación y ha mandado a la cárcel a esta sacerdotisa mayor del templo de la belleza, por falsaria y por cochina. De verdad, hay veces que la vida parece una prodigiosa tira cómica.

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