Diario de León
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León

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TRAED con júbilo a los artistas dentro de la muralla de la ciudad. Cubridlos de oro y piedras preciosas. Dadles abundantemente de comer y de beber y dejadles que reciten sus poesías. Después, coged el látigo y ahuyentarlos rápidamente de la ciudad hacia el desierto. Arrancadles las vestiduras del cuerpo de tal forma que en el dolor y en la miseria encuentren nueva fuerza creadora y puedan ayudar así al pueblo a encontrar nueva inspiración. En este viento de locura que se ha instalado en nuestras pobres vidas ricas, alguien ha leído el párrafo anterior de Platón y lo ha vomitado contra este tiempo atribulado, oscuro y desasosegado, olvidando que nuestro padre griego planteaba el principio de que aquellos que no conocen el dolor no podrán nunca conocer la belleza; olvidando que nuestro opulento y consentido Occidente sólo mantiene la añoranza del dolor, pero no quiere beber realmente de él; olvidando que el mundo es más grande que esa domesticada parcela carcelaria que hemos vallado con la hipoteca y la televisión, con la desmemoria y la hipocresía. Comparto con Eugenio de Andrade la idea de que ya no llega con el rechazo permanente de toda forma de iniquidad y de represión; de que tenemos que tener en cuenta las nuevas realidades, no sólo del hombre con el hombre sino del hombre con las cosas; de que tenemos la obligación de redistribuir con mano justa no sólo los bienes de la tierra, sino también las verdades y los poderes; de que, más que cambiar el mundo con Marx, tenemos que cambiar la vida con Rimbaud. No sé si me explico: No a la guerra. No a Sadam.

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