Diario de León

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Primero fueron los abucheos a Ana Botella. Luego le tocó a Ruiz Gallardón y a la ministra de Cultura. Más tarde, Juan Costa. Posteriormente, el embajador norteamericano -fotografiado no muy gloriosamente escondido tras una persiana-... En fin, que, con esto de la guerra, para los políticos del PP, como antes para los responsables de la Xunta en Galicia por lo del chapapote, se está poniendo muy difícil salir a la calle. Lo cual, en período electoral, a dos meses y medio de unas importantes elecciones municipales y autonómicas, es cosa de mucho preocupar. La Universidad está que ni pisarla, en las fábricas hay mucha labor de propaganda sindical y hasta en centros oficiales te empapelan contra la guerra en cuanto apareces por allí. ¿Qué hacer? José María Aznar y sus ministros puede que ganen en el Parlamento y seguramente Ruiz Gallardón, uno de los más brillantes en sus filas, lidere las encuestas. Pero la calle, ni pisarla. La calle la tienen perdida. La calle y las veladas de sobremesa, aunque las tesis oficiales se mantengan en algunas tertulias radiofónicas y en algunas columnas periodísticas. Hablas con un ministro y no te esconde su preocupación. En el cuartel general del PP están que no les llega la camisa al cuerpo, y a Ana Botella le suspenden abruptamente un desayuno con informadores por lo que pueda caer. Conozco varios actos anulados por dirigentes «populares» locales, aunque las instrucciones son, oficialmente, salir y dar la cara en favor de las tesis del Gobierno. La guerra, ya se sabe, todo lo contamina, empezando por la libertad de expresión. Y, aunque personalmente quien esto suscribe se sitúe radicalmente contra la guerra, también piensa que esa libertad de expresión hay que respetarla para proclamarse contra las tesis del Gobierno... y también para poderte expresar a favor. Los candidatos en unas elecciones tienen que poder lanzar su mensaje en las aulas, en los mercados, en los centros para la tercera edad o en las guarderías. Donde quieran, porque esa libertad es un principio básico de la democracia, y la campaña electoral más deseable es la que se realiza con la mayor proximidad posible al electorado, cara a cara. Impedir, con abucheos o presiones de cualquier clase, que los candidatos autonómicos o locales de cualquier partido puedan dar sus mítines en paz equivaldría a repetir lo que le ha sucedido a la catedrática Gotzone Mora en la Universidad de Barcelona. O, incluso, recordaría peligrosamente a lo que ocurre en algunos pueblos del País Vasco, donde hay candidatos que ni pueden acercarse a varios kilómetros a la redonda. Pienso que los pacifistas -palabra, ay, que no está oficialmente de moda- debemos predicar con el ejemplo de la tolerancia y el respeto. Discrepar y debatir, sí; coaccionar, nunca.

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