Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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QUIEREN descubrir al Descubridor y están removiendo sus restos, que no son mortales, sino inmortales. Cristóbal Colón o Cristóforo Colombo, vaya usted a saber, si es que lo cuenta el cromosoma «Y», fue el primer almirante del Nuevo Mundo y eso nadie lo duda. En los libros escolares aparecía siempre con media melena y una casaca recamada, impropia de un navegante. Nos sentaba muy mal, de niños, que el continente que encontró porque estaba allí llevara el nombre de Américo Vespucio. En esa usurpación de su gloria creímos percibir el tamaño de la injusticia. No se sabe dónde nació, ni dónde descansa. Lo único que sabemos es que no le dejan descansar en paz. Como es lógico, existe mucha competencia por atribuirse el aleatorio honor por ser la patria del hombre que amplió el mundo. También el de custodiar sus huesos. ¿Revelarán algo, después de 500 años? Hay que tener en cuenta que las humedades trasatlánticas debieron de calar hasta los huesos del egregio marinero. Para colmo, han aparecido varios cofres. ¿Cuál será el cofre del muerto?, ¿el mismo del que se habla en La isla del Tesoro ?, ¿el que está en la catedral de Sevilla?, ¿el que se custodia en Santo Domingo? Las leyendas exigen ser brumosas. Las certezas históricas les perjudican y se pierde magia en la misma medida que se añaden datos. ¿Fue Colón hijo bastardo del príncipe de Viana o fue un señor corriente de Génova, dado a la aventura? Hay cosas importantísimas que no nos importan nada. Nos la traen floja, como las velas los días de calma chicha. Lo que sí importa es que el dudoso muerto hizo posible la expansión de nuestro idioma, o sea, de nuestra patria. Los «torvos conquistadores», que dice Neruda, se llevaron el oro y les dejaron el oro, se lo llevaron todo y les dejaron todo. Les dejaron las palabras, algo que nadie ha podido guardar aún en ningún cofre pálido de siglos. El idioma está allí, para los restos. Gracias a aquel tipo de la melenita corta.

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