Cuando dicen «para siempre»

LAS PIEZAS orgánicas se desgastan y llega un momento en el que ningún taller de reparaciones se hace cargo de su puesta a punto. En vista de eso, es conveniente idear otras de repuesto que sustituyan a las de origen. Siempre ha sido eso un sueño de la humanidad, del doctor Fausto a doctor Frankenstein. Los científicos americanos andan en busca de la enzima de la inmortalidad. Se trata de reproducir arterias humanas en laboratorio, utilísimas en las operaciones de 'by pass', o sea, de sustituir las cañerías atascadas por el uso por otras relucientes y de mayor diámetro. Se dice que toda persona tiene la edad de sus arterias, pero algunas tienen algunos años más, aunque no los representen. El hecho de que puedan reemplazar sin utilizar tejido embrionario es un gigantesco avance de la ciencia médica y se asegura que la técnica será de uso rutinario dentro de diez años o cosa así. Quizá algunos hayamos llegado tarde, pero en mi caso particular no lo deploro especialmente. No me turba en absoluto la idea de dejar de ser. Me imagino a la muerte, si no como a «un niño que apaga una antorcha con un pie», sí como un silencio idéntico al de antes de nuestro nacimiento involuntario. Eso no quiere decir que no comprenda a los que desean que esto de vivir, de una forma u otra, sea para siempre. Hay tipos que tienen tan alto concepto de sí mismos que no pueden resignarse a su desaparición. La enzima de la inmortalidad tampoco será eterna, digo yo, pero prolongará su residencia en la tierra a mucha gente. Como en casa de uno en ninguna parte. Coincide esta grandiosa aportación de la ciencia con un estudio que detecta la publicidad engañosa de los productos contra la alopecia. La caída del cabello sólo la detiene el pavimento. Es mentira que alguien que tuviese la cabeza como una bombilla haya tenido que dejar de darse lociones porque el pelo le crecía tanto que le impedía la visión. Quizá ocurra lo mismo con la enzima. No se sabe.