Diario de León

CRÓNICA BERCIANAS

Un monumento de cine

Ponferrada

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RICK LE ESTÁ diciendo a Ilsa que siempre les quedará París mientras la niebla envuelve el aeropuerto de Casablanca. Unos fotogramas más lejos, un adolescente recién graduado observa embelesado las piernas de una mujer retirándose las medias. Sobre su cabeza, naves espaciales combaten entre las estrellas, y un poco más abajo, un gorila gigante se balancea en lo alto de un rascacielos mientras sostiene a la bella entre sus dedos y espanta a una escuadrilla de aviones a manotazos. Anoche vi a una pareja arriesgándose a sufrir un atropello en mitad de la calzada mientras observaban la mirada turbia de Marlon Brando en la piel del padrino. Chaplin tenía el mundo en sus manos y a la luna le habían clavado un cohete en un ojo y ponía cara de espanto, cuando pasé con mi coche y esquivé a los dos mitómanos sugestionados por las transparencias del monumento al cine que ha diseñado José Sánchez Carralero. No me vieron. Habían dejado de mirar al capo siciliano y estaban más pendientes de los obreros de Novecento que del tráfico. Cada fotograma de esa espiral de sueños que adorna una de las entradas de Ponferrada es una cortina de acero en realidad. De cerca, sólo se aprecian hileras de tiras metálicas. De lejos, uno descubre las imágenes, tan engañosas, que por momentos parece que el viento agite las plumas del cuervo que descansa sobre los hombros de Hitchcock. La apuesta de Carralero es valiente. Sorprende y creo que no deja indiferente a nadie. Hay a quien tanto acero oxidado le espanta y pone la misma cara que la luna tuerta de Mélies cuando descubre el monumento en mitad de la nueva glorieta. Y hay quien no puede dejar de mirar sus fotogramas, maravillado por el juego de luces sobre el metal, que recuerda a las luces del cine, y por un momento se olvida de que los coches circulan a su alrededor y lo recomendable es observar las transparencias de lejos para apreciarlas mejor. El monumento nace con vocación de símbolo, y no es extraño que esté tan cerca del campus y de la Escuela de Cine; una apuesta si cabe más arriesgada que la escultura de Carralero, siendo una ciudad periférica Ponferrada, y que mal que nos pese, aún no parece del todo consolidada. La Escuela ha traído aires nuevos a Ponferrada, donde en los últimos dos años se han dejado ver los directores más reconocidos del cine español, y sería una lástima que la demanda de alumnos no alcanzara este año todas las plazas ofertadas. Y el monumento de Carralero, como la Escuela, también es un aire fresco, porque rompe con la imagen de ciudad encerrada en sus tradiciones que transmiten las esculturas de otras glorietas, con todo el respeto para los templarios y las pimenteras. Porque ya era hora de que miráramos más lejos. De que dejáramos a un lado el Bierzo de pandereta para contemplar otros universos; una batalla en las estrellas, unas piernas de mujer, los ojos profundos de la Bergman, clavados en el rostro de piedra de Bogart, mientras hablan de París y a los dos los envuelve la niebla que cuando en cuando mana del Sil.

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