Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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CUANDO alguien dice eso de «¿a dónde vamos a parar?», hablando del precio de la vivienda, la respuesta es sencilla: no vamos a parar. El mercado inmobiliario español ha enloquecido y no precisamente por culpa de los compradores. Lo peor es que el suelo no ha alcanzado aún su techo y es mejor comprarse ahora un agujero de eso que llamamos piso, que comprárselo dentro de medio año, ya que cada seis meses su precio sube más o menos un veinte por ciento. Las jóvenes parejas que deciden formar un hogar más o menos dulce pasan por el amargo trance de hipotecarse hasta la víspera de sus respectivas jubilaciones. Nada une más que pagar juntos unas letras bancarias que siempre entran con sangre. En los últimos cinco años, según datos del Ministerio de Fomento, el precio de la vivienda, que no hay que confundir con su valor, se ha elevado en más del 55 por ciento. Unos dicen que tiene la culpa de este desorbitado crecimiento la escasez de suelo. Otros lo achacan a la afluencia de dinero negro, que ha convertido a los pisos en una inversión mucho más rentable que cualquier otra, y algunos cargan las culpas al gremio de los constructores, que si no se hacen millonarios en euros en muy poco tiempo no son dignos de este nombre. Lo cierto es que los ladrillos son los lingotes de oro de esta época, pero con boquetes. Ponerlos unos encima de otros es un negocio seguro. La prueba es que no hay trapacería política que sea ajena a la construcción, ni concejalía más anhelada que la de urbanismo. La gente normal no tiene más que dos opciones: o la hipoteca o la intemperie. Generalmente prefiere la primera. La verdad es que España no está tan superpoblada como para que falte tierra. Hay mucha, tierra adentro. Lo que ocurre es que a casi todo el mundo le gusta vivir en los mismos sitios. Por eso resulta sarcástico que se hable ahora de pactos en

. Preferimos el , que dice Álvaro García, pero los litorales ya no tienen defensa. Ya no hay moros, pero hay constructores en la costa.
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