Diario de León
Publicado por
B. CABEZAS GONZÁLEZ-HALLER
León

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EL PSIQUIATRA Castilla del Pino (San Roque, 1922) ya ha consumido por años la mayor parte de su programa biológico, pero conserva la gran sabiduría de un psiquiatra que va más allá. Y por eso ha sido invitado a impartir un curso en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (Santader). Nos habló sobre el sentido de la realidad. Un tema que al psiquiatra -dijo- le es exterior, pero lo considera necesario para comprender las relaciones sociales construidas en los procesos de intercambios (lo que intercambiamos son personas, objetos con valor de uso y mensajes). Para Castilla del Pino es imposible acceder al sentido de la realidad sin la facultad de estar dotado de sentido común. Ilustró la relación del sentido común y el sentido de la realidad social (es social todo lo que hacemos cuando nos relacionamos) con el ejemplo de los tres iconos que aparecieron un día en las islas Azores para decirnos que había que invadir Irak para salvarnos a todos. Es muy preocupante cuando se salen de la órbita del sentido común personas con el máximo poder: Bush, Aznar y Blair fueron a la guerra de Irak porque perdieron el sentido común y el sentido de la realidad en la política de las relaciones sociales locales e internacionales. Esos tres personajes, que se presentan como iluminados fundamentalistas, se han salido de la órbi ta de los principio s rectores del sentido común. Empezaron inventando una mentira y al final mucha ge nte termino creyéndola. Bush y Blair ya no pueden hablar de armas de destrucción masiva. El parlamento pregunta por ellas, pero Aznar aún sigue diciéndonos que al final aparecerán. La realidad social no es dada como la naturaleza, es construida por el hombre. Castilla del Pino nos explicó (nada nuevo, pero cierto) que el «sentido de la realidad implica captar la situación, interpretarla bien y comportarse adecuadamente». Claro, que para eso hay que estar poseído por el sentido común y tener conocimiento. El redescubrimiento del sentido común es primordial en estos momentos en que la mayoría sigue las pautas sistemáticas que aporta la publicidad y los programas de la televisión y la dinámica que eso produce en la masa. El hecho de separar la perspectiva los tres niveles del conocimiento -epistemológico, metodológico y tecnológico- ha sido la estrategia del paradigma clásico y que, por estar vigente sobre todo en las acciones de la política y de la economía, estamos sufriendo las consecuencias hasta el límite, como es aceptar guerras innecesarias como inevitables o aceptar las diferencias sociales en las que una minoría tiene el poder, el dinero y los placeres, y l a mayoría soporta las carencias como lógicas, sin decir que son la verdadera causa de todos los males. Precisamente es el sentido común el que nos permite disponer de capacidad para plantear las cuestiones relevantes que van surgiendo en cada momento de nuestra vida en las relaciones con otros. Las relaciones sociales no son fijas, por eso no pueden estar totalmente predefinidas: se hacen sobre el mismo hacer. Y en este hacer sobre la marcha es necesario el sentido común para saber dónde hay que poner el límite en las acciones. Por ejemplo, dónde hay que poner el límite de la riqueza que acumulan unos pocos, o el límite de la pobreza que padecen la mayoría. No vale poner las patas encima de la mesa y caiga quien caiga. No entra en el sentido común que un presidente de Gobierno cultive la lógica del conflicto entre partidos y entre ciudadanos: nos di ce que, desp ués de vencer a Sadam Huseín, el mundo es más seguro. Y no es verdad. Hay más atentados, más riesgo y más miedo. Eso se dice, precisamente, porque ha perdido el sentido de la realidad y se olvidan de que tenemos neuronas que piensan y ojos que ven. Si se invaden países, se mata a madres, padres, hermanos y se les priva de todo, quépodemos esperar. El método puesto en marcha no sólo no disminuye el terrorismo: lo produce. El saber de la política de la realidad social es muy elemental y muy complejo a la vez. Por eso mismo no puede encerrarse en insultos degradantes como los que lanza el señor presidente del Gobierno, todos son malos, menos él, que se califica como el eficaz y el salvador de la patria. El presidente del Gobierno tiene que ser un moderador, no un especialista en conflictos. Creo que la pérdida de la perspectiva del presidente del Gobierno, en parte, se debe a que los españoles sólo tenemos un Jefe de Estado simbólico. Esto explica el porqué de su actitud, y ahora Aznar campea como el Cid. Con permiso del Rey, escribo aquí lo que dice el articulo 56 de la Constitución (lean la Constitución y se darán cuenta): «El Rey es el Jefe del Estado (...), asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica». Las singularidades de la personalidad del ciudadano Juan Carlos de Borbón -hecho Rey- han permitido que los presidentes de los respectivos gobiernos actúen de una manera confusa entre los dos niveles de poder. Esto no nos conviene, nos coloca en la situación de un Estado sin jefe real y de un Gobierno sin jefe de Estado real. ¿De qué hablan el presidente y el Rey cuando despachan? Nunca lo dicen. La fotografía no nos informa, ya los hemos visto muchas veces. ¿Sólo tenemos derecho a verlos? Hoy recurro a la Constitución. El artículo 1 nos dice: «España se constituye en un Estado de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político». Pero, ¿nuestro país se parece mucho, bastante o nada a la España que define la Constitución? La realidad social de los de abajo se aleja mucho. Al hablar de realidad social, generalizar es engañar. Es como decir que España va bien. Hay muchas realidades, cada persona, cada grupo, según el nivel social, tiene la suya. Hay personas que nunca vivirán en un barrio reservado para ricos ni en una casa de 600 metros, ni gozarán de la opción de disfrutar de un mes de vacaciones a Menorca en una gran mansión, porque quedaran excluidas por razones de dinero. Su condición de asalariado, si es que tiene trabajo, permite un apartamento y sólo seis días. Para que la soberanía resida en el pueblo y sea el pueblo el que marca, con sentido común, el modelo del Estado social del que nos habla el artículo 1 de la Constitución tenemos que perder menos tiempo hablando de fútbol o viendo programas basura, y ponernos a pensar con sentido común qué es lo que pintamos aquí. Lo que se oculta detrás del fútbol y de los programas de televisión es la diferencia de clases y el poder de unos sobre los otros. Hay que pensar por que hay leyes que amparan las diferencias sin límite y las defienden a la vez que producen pobreza, migraciones, causas de la inseguridad ciudadana y del terrorismo. Podemos imaginar que uno que se despierta en la Moncloa, entre jardines, silencio, cocineros, preparador físico, masajista, peluqueros, maquilladores, secretarios, y todos ellos están pendientes del señor, aunque pierda el sentido de la realidad en la que viven los ciudadanos que duermen en camiones, trabajan en la mina, barren calles, están parados, ecétera. Sólo habiendo perdido el sentido de la realidad se puede decir una incoherencia, y además en el Parlamento como que «hay que estar con los que cuentan». Cuando uno analiza lo que ocurre en el país que vive y cita al presidente del Gobierno, mucha gente, sin pararse a pensar, puede caer en el error de decir que está en contra. No es el caso. Observo y analizo lo que hace el presidente para comprobar si realmente actúa o no como presidente de Gobierno. En un sistema que se basa en las desigualdades sociales, todo lo que no sea gobernar, como mínimo, para frenarlas, es hacer una política ventajista. Y esto lo ven ya casi todos: en los últimos años la desigualdad crece, luego el Gobierno es bueno para unos pocos, y regular, malo o muy malo para el resto, o sea, para la mayoría. Esto, si se hace una interpretación de los respectivos artículos de la Constitución, es anticonstitucional. 1397124194

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