Diario de León

TRIBUNA

Los administradores de los pobres

Publicado por
FRANCISCO ARIAS SOLÍS
León

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EL CONCEPTO DE RIQUEZA es muy variable. El mendigo considera un capitalista al humilde funcionario que lleva años con sus retribuciones congeladas. Con arreglo a una juiciosa hermenéutica del concepto puede afirmarse que en España no hubo ricos hasta hace unos cuantos años. Ahora los hay hasta en la cárcel. Lo afirmamos con satisfacción, porque nos molestaba mucho ser ciudadanos de una nación sin millonarios. Los que pasaban por ricos en nuestra infancia, apenas se significaban por tomar café todos los días en el casino. No les era posible adquirir un palco en un teatro, ni un cuadro en una exposición, y jamás se les vio aparecer por una librería. Una vez en la vida marchaban a París. La secreta razón del desprecio que en el extranjero nos profesaban es preciso buscarla en que nunca habían visto a un millonario español. Nosotros no exportábamos más que pobres diablos que iban a buscar el pan por ahí fuera. Faltos de costumbre, cuando se enriquecieron con el famoso milagro español, muchos nuevos ricos no supieron qué hacer. La vida amenazaba continuar en nuestro país tan tediosa como en décadas anteriores. Muchos que antes de doblar su capital tomaban un café diariamente, tomaron después dos. Otros, mejor orientados para los goces intensos de la existencia, sustituyeron el café por el té con pastas. Se sabe de algunos que llegaron a hacer un viaje a Londres. Aparte de estos casos de gente enriquecida de una manera inesperada, el español tiende al estatismo económico. Se ha forjado este lema: «A mí que no me toquen el cocido». Y vive así, quieto, absorto, engullendo sacos de garbanzos. ¿Qué es lo que existe más allá del garbanzo? El excelente sujeto ni lo sabe ni lo quiere saber. El ideal del país es el que se concreta con esta frase tan conocida: ir tirando. Los capitalistas encierran su dinero en un Banco y le van ordeñando el tres por ciento; los que no tienen capital se conforman con vivir, pasan por todo; toleran la corrupción, perdonan los abusos de las grandes empresas, el desconcierto total de las funciones del Estado...; sólo murmuran ceñudamente cada cinco minutos: - A mí que no me toquen el cocido. El dinero español es egoísta, sombrío y cobarde. ¿Hasta qué punto debe consentirse el enriquecimiento del individuo? No hay cuestión más interesante ni más de nuestra época. El rico advierte que se estrecha el cerco en torno a él. ¿Qué conducta sigue para inclinarnos a la benevolencia y hacerse perdonar el pecado de sus privilegios? Nos da consejos y nos brinda máximas morales. La riqueza está muy bien organizada desde los tiempos más remotos de la Humanidad. En virtud de una inteligente y activa propaganda procura convencernos de que ser rico es la mayor calamidad que puede pesar sobre el hombre. Muchos pobres lo creen firmemente y les compadecen, doloridos. Frecuentemente el rico se disculpa también diciendo: - Cierto que soy rico pero no olvidéis que tengo una misión divina que cumplir: proteger al pobre. Abandonar mis riquezas sería como dimitir de ese cargo. Verdaderamente yo no soy otra cosa que un administrador del pobre. Nadie debe olvidarse de esto. En rigor, no es que el pobre haya olvidado que los ricos no son más que sus administradores; pero es que está decididamente descontento de su administración, y sus protestas roncan bajo las puertas de los palacios como el viento de invierno. A pesar de todo continúan protestando y piden la dimisión de sus administradores. Los pobres deben saber lo difícil que es obtener la dimisión de un ministro, de un alcalde, de un simple concejal, a pesar de que su misión es difícil y poco envidiable. ¿Cómo quieren que se abandone tranquilamente una misión divina, un cargo de confianza celeste? El rico está animado de los mejores deseos y tiene un seráfico orgullo en ser el administrador de los pobres. Pero si se despoja de su riqueza, deja de ser administrador, y si la aminora, rebaja su categoría de tal. Lo que quiere es ser más rico, muy rico para ser muy administrador. Y es que , como dice una copla de esta vieja tierra del Sur: «Lo que un rico sabe de sobra / es que un euro que se pierde / ya nunca más se recobra».

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