CRÓNICAS BERCIANAS
Con la guerra a cuestas
EN LA mayoría de las ocasiones es necesario destapar las heridas para que éstas cicatricen. Si supuran hay que limpiarlas y, para eso, a veces hay que hacer que el cuerpo sangre. A pesar de que han pasado más de setenta años, parece que muchos se empeñan en demostrar que las heridas de la guerra civil siguen abiertas. No es cierto. Sin embargo, la nostalgia, que no es más que el comienzo de la demagogia, aparece una y otra vez, y trata de llevarnos a todos a un escenario en el que tan sólo unos pocos parecen encontrarse ya a gusto. Por otro lado, cada vez son menos los que podrían hablar en primera persona de todos los intentos por derrocar una república asesinada por sus principales valedores, de la guerra que le siguió y de la dictadura que coronó esa etapa. Todo esto viene al caso por el nuevo capítulo de despropósitos que ha tenido como protagonista al pueblo de Fabero. En pocas palabras: los vencedores del 36 pusieron por entonces en la torre de la iglesia del pueblo una lápida con los nombres de una decena de jóvenes muertos en el frente nacional. La placa siguió en el mismo lugar hasta que este año se removió para restaurar el templo. Tras la limpieza de la fachada, la junta vecinal optó por no reponerla. El cura, ante las demandas de los familiares de los muertos, volvió a colocarla, aunque en un lugar menos visible. Y como no, surgieron las voces de los casandra de turno, sólo que éstos sólo saben mirar hacia atrás, nunca hacia delante. Y volvieron a hablar de camisas azules, del cara al sol, de paseos nocturnos... escenas rancias que lo único que producen es desazón y cansancio. El párroco del pueblo fue claro: «Siempre me he significado por mi defensa de la libertad y creo que esta lápida es, más que nada, un documento histórico». Dicen los que le conocen que Máximo Álvarez es uno de los exponentes del Concilio Vaticano II, una de las personas que más guerra dio durante los años más negros de las cuencas del carbón. En más de una ocasión puso la cara y se la tiznaron. No se puede enterrar la historia o tratar de enmascararla. No se puede pensar que se tiene la exclusividad de la verdad, o tratar de sacarla a pasear cómo y cuándo interesa. Es cierto que aún queda mucho por decir de la guerra, pero también lo es que el reconocimiento de la barbarie no puede venir de un solo lado. La maldad y la bondad no son exclusivas de un bando. Además, resulta cuanto menos indignante que los miembros de IU sigan hablando de la represión de hace un siglo cuando hoy son ellos los que miran hacia otro lado -colaborando con su apoyo a un plan fascista- en la eliminación sistemática de la mitad de la población vasca. Si no se tratara de un tema en el que hay que elegir entre la vida y la muerte, darían pena. Es muy fácil criticar una dictadura que ya nadie recuerda. Es tremendamente sencillo poner el grito en el cielo porque una lápida con once nombres -ante la que ya nadie se detiene- se reponga en la fachada de una iglesia. Sin embargo, no han hecho lo mismo tras saber que sus compañeros de gobierno están a punto de poner la cruz amarilla a los niños vascos.