Diario de León

EL BALCÓN DEL PUEBLO

Pallarés, una barcaza varada

Publicado por
JUAN F. PÉREZ CHENCHO
León

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CAÍA UNA helada de dios te ampare. Recorrí casi todas -bueno, algunas- de las calles iluminadas de la ciudad. León está realmente hermoso en esta víspera de Navidad. El esfuerzo del gobierno municipal por ampliar la iluminación navideña a un ciencuenta por ciento más de las calles leonesas ha valido la pena. Y debe serle agradecido al Ayuntamiento de la ciudad. Ha sido una buena decisión, un acierto. Calles y luces blancas sobre las que ha fallado tan sólo el diagnóstico del hombre del tiempo. En el establo construido en la plaza de San Marcelo maman los corderos y los renos, como si fueran cabras de Puente Almuhey, componen un cuadro mágico de luz. Muy distinto al del proletario que acudió a la pescadería. Pidió treinta duros de angulas, menos de un euro actual. El dependiente, inmutable, le respondió: muy bien, señor, ¿de dónde se la sirvo: de la cabeza o de la cola? Sin quererlo, miré al caserón de Pallarés. Todos los días paso por la plaza de Santo Domingo. Supongo que he caído en la misma indolencia que la casi totalidad de los leoneses. Nos hemos acostumbrado a ver el edificio Pallarés cerrado. Es el gran panteón de la ciudad, instalado en su mismo corazón. Yo no quiero hoy, la noche de España por excelencia, ser ácido. Ni siquiera me lo permite el sorteo de la Lotería Nacional. Y mucho menos rebobinar la memoria hasta cuando se instaló en el edificio una emisora libertaria. Eran como locos de la colina. Pretendieron emitir en cinco capítulos «Cómo acabar con el juicio de Dios», y no pasaron del primero. Ya había adquirido la Diputación Provincial el edificio, reinando entonces el socialista Alberto Pérez Ruiz. Su sucesor, otro socialista, Agustín Turiel, impulsó la restauración, pero sin tener claro cuál era el fin último de la casona. El Señor Veinte se lo quitó de encima vendiéndoselo al Ministerio de Cultura por un precio simbólico. Más o menos, lo invertido: millón arriba o abajo. Si lo hubiesen sometido a una puja pura y dura comercial, habrían logrado bastante más. El fin institucional justifica, casi siempre, generosidades de esta naturaleza. En el caso de Pallarés el acuerdo contemplaba ubicar entre sus muros el Museo de León. En los Presupuestos Generales del Estado no he visto ni oído si hay un solo euro para ponerlo en marcha. En una semana estará zanjada la duda. Se me antoja un gran escándalo. Un acto más de mansedumbre. Si la parte esencial de la obra está ejecutada, y de aquí a las elecciones generales de marzo próximo no se dan pasos esenciales, todo el edificio tendría que ser empapelado denunciando la desidia del Gobierno y del Partido Popular. El año, que ya está tocando en el picaporte de León, es jacobeo. Miles de visitantes se quedarán sin contemplar los fondos arqueológicos, pictóricos, retablos y orfebrería almacenados en claustros y conventos. Existen, pero no se pueden ver. Y lo malo es que presiento que tampovo podrán verse en muchos años. Lo que se percibe es que, en pleno corazón de León, flota una barcaza varada. Necesitamos braceros para moverla.

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