Diario de León

EL BALCÓN DEL PUEBLO

Crémer, oro en el trabajo

Publicado por
JUAN F. PÉREZ CHENCHO
León

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VICTORIANO Crémer ha sido distinguido por el Consejo de Ministros con la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Un reconocimiento absolutamente justo y tardío. Porque este venerable poeta, escritor, periodista, ensayista, escribidor de no se sabe cuánto, hace ya varias décadas que podía lucirla en la solapa. Lleva trabajando más años que la casi totalidad de los mortales gozan de vida. ¡Nueve décadas!. Crémer es inmortal. Aunque llegue el día sobrecogedor del adiós, permanecerá su obra para la eternidad. La obra no muere jamás. Una obra rica en todos sus matices, no sólo en el poético, en el que más dimensión ha adquirido su creatividad. Victoriano Crémer es hijo prodigioso del siglo XX. Un siglo convulsionado. Ha sido testigo de todos los acontecimientos transcendentales: desde la Revolución del 17, que despertó su conciencia anarquista y ácrata, a la Monarquía, la I y II República, la guerra civil, la larga dictadura, la vuelta de la Monarquía, la caída del muro de Berlín, la democracia y más guerras, incluídas la I y II Mundial. Esas guerras que repugnan al intelectual comprometido, que es lo que ha sido el maestro: un hombre comprometido y acuciado. Nunca lo tuvo fácil. En su todavía «non nato» libro, en el que narra a corazón abierto, casi a puñetazo puro que diría Cunqueiro, los años agónicos de la postguerra incivil, sobre los que volaba plácidamente la sombra de Caín, Crémer relata la hambruna, la persecución y las agonías desde su casa de Puertamoneda. El libro («Ante el espejo: León 1940/1960») está en el horno del Secretariado de Publicaciones de la Universidad de León, de la que es Doctor «honoris causa». Los leoneses ya conocen algún anticipo de la obra, editada y sintetizada en fascículos por este periódico. Victoriano Crémer lleva trabajando ¡90 años, ay Dios!. A los ocho ya ejercía como mancebo de botica. ¿Cómo no otorgarle la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo?. Lo que me ha sorprendido es su declaración al notificarle la buena nueva: «Estoy orgulloso, aunque no la merezca porque no he trabajado más que otros». Crémer, tan fiel a Unamuno, no quiso imitar al pensador, que al recibir una distinción de manos del Rey, dijo: «Gracias, Majestad, me la merezco». A Crémer, que acaba de cumplir los 98 y los lleva como una rosa, que es el nombre de su hija, los años no le han sedado su capacidad de «cantaclaro». No voy a citar aquí sus premios y titulaturas. Son inabarcables. En la poesía, en la literatura, en el periodismo, en la radio. Como vicedecano en activo del ejercicio profesional, estoy legitimado para rebobinar la memoria. ¿Quién no recuerda su «Asterisco» en Proa, La Hora y en este periódico, cuya influencia era comparable a la de Heliófelo en El Sol? ¿Quién no ha escuchado sin pestañear sus cartas a la «tía Federica» en la Radio?. Crémer ha sido la voz y la palabra en el León del siglo XX. Y lo más grandioso: continúa siéndolo en el XXI. Convendrán conmigo en que es inmortal.

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