La túnica sagrada

LA CASA Christie's ha subastado el sudario de Eva Perón, Evita para los íntimos y para las muchedumbres de descamisados, que la vitoreaban hasta la ronquera. Fue una mujer valiente y frágil, rubia como un tesoro, odiada por las clases altas, a la que idolatraban los pobres. Cuando les hablaba desde un balcón la veían en una hornacina. Borges se negaba a pronunciar los nombres del general y de ella. Si inevitablemente tenía que aludirlos decía «cierta famosa pareja». Nunca llueve ni escampa a gusto de todos y el lugar que ocupan las figuras históricas depende de los acomodadores. Recuerdo una tarde frente al Luna Park -recuerdo siempre mis tardes argentinas y alguna noche que otra-, cuando le pregunté a un limpiabotas renco y locuaz, si él vivía mejor en la época peronista: «Ni me lo pregunte si no quiere recibir una mala contestación», me dijo. Luego me contó que lo de la cojera fue porque lo atropelló un «colectivo» y que en su país los obreros ya no podían comer «bife». A Eva Duarte de Perón y de ella misma no la dejaron descansar en paz. Viajó más muerta que viva, embalsamada por el doctor Ara, que era prodigioso. Dejaba a los cadáveres como nuevos. Si llega a conocerle el restaurador de Tutankamen le pide un autógrafo. La joven momia de Eva estuvo oculta mucho tiempo en un cementerio de Milán. Después Perón se la llevó a vivir con él, en Puerta de Hierro. Ahora se subasta su sudario, que para algunos es la Sábana Santa. Cuando un ser humano asciende, o se degrada, a la categoría de mito, pasan estas cosas. Se han pagado grandes sumas por pésimas acuarelas de Hitler y por bragas de Marilyn Monroe o por herrumbrosas piezas del coche en el que se mató James Dean. No digamos por supuestos botones de la guerrera de Napoleón, que debía de ocupar buena parte de su estratégico tiempo en abrocharse y desabrocharse. Son reliquias laicas, más verosímiles que una pluma del arcángel San Gabriel. ¿Quién habrá pujado por el sudario de Evita? El asunto tiene tela.