Diario de León
Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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SI ESPAÑA es el Reino del Ruido, el verano es el paraíso de esta monarquía omnipresente, integrada en la imagen de venta turística de nuestro país: las noches interminables, el alcohol a precio razonable, la juerga permanente¿ El ruido, dicen los expertos, se ha convertido en uno de los grandes males de un tiempo como el nuestro, no precisamente escaso en desgracias. Sus efectos nocivos para la salud son ya estudiados por los especialistas y los gobernantes, siempre velando por el pueblo, no han tardado en legislar amplia y abundantemente sobre la materia. Inútil: los niveles de ruido no disminuyen sencillamente porque el «homo urbanus» necesita de él y no hay nada que le de más pavor que el silencio, esa incómoda situación en que se encuentra sólo con sus pensamientos y descubre, aterrorizado, que no tiene nada dentro. El hombre actual sólo «es» en función del ruido ambiental. Pueden pensar que exagero. En absoluto. Observen los vehículos, auténtico hogar del hombre moderno, que dejan a su paso un primitivo rastro rítmico de sonidos graves y arrojan taquicardias a los audaces peatones. Recapaciten sobre la machacona insistencia con que grandes almacenes, boutiques, chiringuitos playeros e incluso vías públicas de alpargata y gayumbo, le agreden con la llamada «música ambiente», uno de los inventos más demoníacos del milenio, junto con el vaso de tubo y las radio fórmulas. Imagínense lo que sería un programa televisivo sin su abundante selección de gritos, superposición de babosadas e improperios que sonrojarían al más curtido legionario. No hay escapatoria: el rincón más paradisíaco es asaltado sin rubor por el politono de moda y la perogrullada incontinente. El humano puede vivir sin oxígeno, sin agua, incluso sin atmósfera. Pero no sobrevive a la ausencia de ruido.

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