Diario de León

EL MIRADOR

Don Manuel, el eterno

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RESULTA DIFÍCIL comprender que alguien como Mariano Rajoy, que encarna la sensatez y la prudencia, en ocasiones excesiva prudencia, pueda abonar la loca tesis de que Don Manuel Fraga, a sus 82 años, acaricie la posibilidad de volverse a presentar a las elecciones autonómicas para perpetuarse en la presidencia de la Xunta gallega. Fraga es una figura que, tras 42 años en la vida pública, ha logrado una patente final de respetabilidad, tras altibajos, vicisitudes, tiras y aflojas de todo tipo en su larguísima biografía política. Una nueva campaña electoral protagonizada por alguien que patentemente se encuentra en decadencia física y hasta cierto punto psíquica -aunque quien tuvo, retuvo- indicaría que el PP no tiene recambios en Galicia, una comunidad en la que manda absolutamente desde hace más de veinte años, con lo que ello significa de ocupación de todos los poderes sociales y muchos económicos. Esos recambios ya deberían haberse generado, evitándose el espectáculo balagueriano de un nuevo asalto de Fraga a su Xunta, cuando hace ya mucho tiempo que anunció, incumpliendo luego su promesa con los hechos, que no volvería a presentarse. ¿Estamos ante una decisión personal de Fraga, que Rajoy no ha tenido otro remedio, para evitar males mayores, que aceptar? ¿Es un sacrificio más que Fraga se impone ante el riesgo de perder las próximas elecciones en Galicia? Puede que haya un poco de todo. Pero, en cualquier caso, el principal partido de la oposición no dejará de sufrir en su imagen por esta perpetuación en el poder de un hombre que ha anunciado cien veces que lo abandonaría, y que nunca ha terminado de hacerlo. La figura de Fraga merece, en todo caso, algún análisis profundo. Es el único político de primera fila conectado no sólo con los tiempos del franquismo, que varias generaciones de españoles ni siquiera conocieron de manera consciente, sino incluso con la transición. Su desaparición de la política consumaría la idea de que España ha entrado definitivamente en una nueva era, rejuvenecida su clase dirigente, y que el Partido Popular ha completado su viraje hacia una formación conservadora moderna. A mí, que he tenido oportunidad de seguir muy de cerca las peripecias políticas de Fraga durante muchos años, no me parece que deba retirarse dignamente de la vida política por una cuestión de edad, ni siquiera de limitación de capacidades. Creo que la idea, extendida por el propio Aznar y pregonada por el mismísimo Fraga, de que el político debe autolimitar su tiempo de mandato es consustancial con la profundización de la democracia. Durante la mayor parte de su trayectoria, ya digo que con bastantes claroscuros, Fraga ha mantenido una actitud eminentemente ética, o al menos honesta, aunque no comulgásemos ni con su excesivo conservadurismo ni con sus formas tantas veces despóticas. Pero en política, junto a la ética, también cuenta la estética y qué duda cabe de que, como decía un eminente teólogo ante la prolongación del martirio en la silla papal de Juan Pablo II, Dios no nos quiere patéticos. Y los electores, tampoco. El PP gallego podría comprobarlo a su costa.

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