Cambiar de ideas

NO ES nuevo que alguien se vea obligado a variar de opiniones políticas si quiere seguir perteneciendo al mismo partido o a variar de partido si quiere seguir manteniendo sus opiniones políticas. Se dice que cambiar es de sabios, pero no tener que hacer traslados ideológicos quizá revele mayor coherencia, a condición de no convertirse en una piedra pómez. Cuando le reprocharon a Churchill sus diversas actitudes en el Parlamento y le invitaron a tragarse las palabras contradictorias que había pronunciado en diferentes discursos, dijo que a menudo había tenido que tragárselas, comprobando que eran una dieta adecuada. Entre nosotros hace seis años que se firmó el famoso Pacto Antitransfuguismo, pero sigue habiendo traidores. Antes del Pacto, en el Pacto y después del Pacto. Como las cucarachas, son una estirpe inextinguible. Ahora se ha formado un cierto revuelo al reclutar el PP a dos ediles no adscritos a ningún partido para levantar de la silla al alcalde de León. José Blanco emplaza a Rajoy a desautorizar la moción de censura y Acebes le recuerda al PSOE que ellos se apoyaron en tránsfugas para obtener alcaldías en los pueblos. Eso de estar disponible y dispuesto a servir a los acontecimientos viene siendo un buen negocio. Estos personajillos pueden ser lo que sea, pero nunca serán pobres. Fichar por un partido o por otro tiene su recompensa, más las primas por votación ganada. Es cierto que se requiere tener más cara que espalda y, si no se tiene la espalda bien guardada, corren el peligro de que le rompan la cara. El hecho de no profesar convicciones de ninguna clase evita tener que cambiarlas. No deja de ser una ventaja. En rigor, a este tipo de tránsfugas de móvil ideología no se les puede acusar de deslealtad. Además, cuando pasa un poco de tiempo, estas cosas pasan al olvido, que es un sitio donde cabe lo que se ponga. La verdad es que todo se olvida. Ahora en América está de moda un vídeo juego donde se mata a Kennedy. Lo que fue un magnicidio es una verbena electrónica. Claro que también para mucha gente Napoleón es sólo una marca de coñac.