Ortodoxia

LA PRIMERA norma es la desobediencia. El primer gesto de artista es el de matar al padre, después de aprender de su fracaso, probablemente para repetirlo. La actitud: estrujar con rabia la ortodoxia, aunque sólo sea para acabar levantando trabajosamente una nueva. La creación desobediente española, por ejemplo, está dibujada con una raya muy clara que va de Quevedo a Larra y del periodista suicida a Valle Inclán y al Lorca iluminado de Poeta en Nueva York . Cualquiera de ellos, ahora mismo, serían unos fracasados rechazados por la ortodoxia galopante que condena la imaginación, castra el pensamiento abstracto y abomina de lo heterodoxo. Quevedo volvería a prisión por políticamente incorrecto; Larra usaría de nuevo la pistola en la sien ante la conciencia cívica de su fracaso; el galleguismo de aldea abominaría de Valle por no usar la lengua de Rosalía, o por usarla sólo en castellano, y Lorca no encontraría público para un teatro de fuego donde un personaje dice que «ya se ha inventado la cama para dormir con los caballos». Son los tiempos sombríos, anunciados por el poeta de la Selva Negra: atrapados entre la corrección conservadora de sacristía y la corrección progresista de lo políticamente correcto, las masas consumen obedientes y sueñan con ser famosos y poder contar en la tele sus grandes miserias. Estos días se instalan en nuestras calles tenderetes de libreros con el mejor antídoto contra la bobada dominante, pero si realmente quiere que la medicina funcione no se conforme con la superficie: escarbe entre los montones de los escaparates y busque la joya que todavía puede sobrevivir entre la basura. ¡Ah!, y el Quijote, léalo el año que viene.