Diario de León

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ANDAMOS a vueltas con el Estatuto catalán -la clase política parece que está encerrada, a solas, con Maragall, Carod y éste único juguete-, y, mientras tanto, donde realmente está entrando el agua es en la Escuela. El otro gran fallo del momento, es el sistema educativo. Los maestros y profesores están apesadumbrados porque no se hacen con los chicos. No pocas aulas están en manos de los peores, de alumnos que en muchos casos son repetidores que no soportan que alguien destaque. Dicen los docentes que el origen de nuestros males de hoy hay que buscarlos en la Logse. Mejor dicho: en las contradicciones de aquella ley nacida del cruce entre ideas «roussonianas» y una mala traducción de lo que fue el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza. Porque esa es otra, las gentes de la Institución -una iniciativa que resultó clave en la modernización de la enseñanza en España- tenían en tan alta estima la ambición de igualdad como la exigencia de responsabilidad individual. El saber como resultado del esfuerzo. Y otra de sus claves era el respeto al maestro. La realidad es que poco de eso pervive. A los alumnos de hoy ni se les obliga a leer ni se les invita a reflexionar sobre lo que han leído. Los libros escolares cada vez están más fragmentados, formateados a modo de píldoras. Como si estuvieran dictados para evitar el esfuerzo mismo de leer. Habría que revisar, también, el concepto de disciplina. Exigir al alumno. No hay aprendizaje sin sacrificio. El maestro no es uno más en la clase, no es un «colega». Su autoridad debe ser restablecida. Sólo los muy tontos o los más perversos podrán confundir esa necesaria restauración con una proclama autoritaria. Y más cosas. Entre las primeras: deberíamos dejar de engañarnos con la «tecnolatría». Con la entronización de la informática como el gran ídolo al que podemos confiar la solución de las carencias de los alumnos. Digámoslo sin más dilación: el acceso a Internet no garantiza el conocimiento. Lo veo con especial clasridad en la Universidad: buena parte de los alumnos navegan -nunca mejor dicho-, en la mayor parte de las materias. Saben cómo allegar datos pero fallan en el razonamiento. Les falta cultura y por eso naufragan a la hora de relacionarlos. Por eso cada vez que escucho al señor presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero o a la ministra de Educación hablar de la «sociedad de la información y el conocimiento», la verdad, me dejo llevar por la melancolía.

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