Diario de León

TRIBUNA

Policía, drogas y drogodependencias

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El Ministerio del Interior ha diseñado recientemente un novedoso despliegue operativo en todo el país. Bajo el nombre de Plan Estratégico Policial, este procedimiento de nuevo cuño intenta evitar el consumo y el tráfico minorista de drogas en los recintos estudiantiles. La iniciativa, sin duda ensalzable, debió, en todo caso, ponerse en marcha hace años. Llega, como el viejo llanero solitario, con la hora pasada y el horizonte enquistado por anquilosamiento. La comunidad educativa y el resto de la sociedad lo demandaban con obstinación desde hace tiempo. Era y es un clamor que en los centros docentes se consumen drogas y, lo que es aún más inconcebible, se mercadea con ellas. Los colegios e institutos leoneses no son una excepción. Es probable que uno de los aspectos más negativos de las drogas ilícitas sea el hecho de que siempre dejan su huella en los más vulnerables: los jóvenes. Su uso presenta en principio un cierto «atractivo» transgresor para quienes andan en la primavera de la vida y empiezan a rivalizar por su independencia mediante la búsqueda de una identidad propia. Por su innata curiosidad y por su anhelo de nuevas experiencias, los adolescentes se encuentran especialmente expuestos a la nefasta experiencia de este sórdido submundo. Desde las organizaciones representativas policiales se ha venido abogando porque la Administración abordara esta peliaguda cuestión desde dos planos diferentes: el preventivo y el coercitivo. La responsabilidad preventiva, situada en mayor medida en el campo pedagógico y sanitario, es apreciable y muy meritoria desde hace más de una década por todos aquellos que quieran prestarle ojos y oídos en los medios de comunicación y a través de las instituciones implicadas. La parte coercitiva, sin embargo, sólo se ha sustentado en la represión sin tener en cuenta otros factores variables. No es en absoluto comparable una red mafiosa internacional, un narcotraficante, un «camello» habitual, un «correo» de transporte o un «blanqueador» de capitales, que un adolescente que se inicia en el menudeo para mantener su consumo incipiente. En este caso, que podríamos adjetivar siendo generosos como «pecadillo de juventud», el estamento policial en su conjunto debería contemplar al menos dos posibilidades: el ya reiterado e indispensable posicionamiento coercitivo-normativo, y la actividad preventiva desde una óptica accesoria a la presencia policial disuasoria en torno a los recintos estudiantiles y su, todo sea dicho, acreditada eficacia de puertas afuera. En realidad estamos hablando de que los agentes de la autoridad penetren en los colegios impartiendo, desde un planteamiento policial, complementario al meramente represivo y al sanitario, charlas y cursillos sobre los riesgos del embrionario consumo de drogas, la probabilidad de caer en una adicción y, sobre todo, verdadero quid de la cuestión, en esa peligrosa aventura, penada por la ley, que supone la reventa para el autoconsumo. Las visitas que desde hace años vienen realizando los policías locales a los centros docentes para informar a los chiquillos sobre la inconveniencia de quebrantar las normas que rigen la seguridad vial, es prueba incontrovertible de que los cuerpos policiales también pueden desarrollar una labor didáctica que evite caer en un ilícito penal y provoque, en consecuencia, la posterior reacción coercitiva con su desdichado elenco de perjuicios. Hace escasas semanas un equipo multidisciplinar de miembros de la Unión Federal de Policía tomó la iniciativa de poner en práctica, con el decidido respaldo de la Fundación Seguridad Ciudadana, de la FAD y otros organismos de ámbito local, una interesante línea de actuación y apoyo a la campaña antidroga del Ministerio del Interior, ofreciendo charlas en centros docentes públicos y privados, así como en locales de las Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos. La respuesta de los estudiantes, profesores y padres no ha podido ser más positiva y sorprendente. Las motivaciones por las que se comienza a consumir drogas son tan diversas como los tipos de personas que recurren a ellas. No obstante, conceptos como la curiosidad hacia lo desconocido, la ignorancia, la presión de grupo, la marginación social, la alineación o las estructuras sociales cambiantes son amplia y documentadamente analizados en estas reuniones por los agentes y la comunidad educativa como algunas de las circunstancias que suelen acercar peligrosamente a los jóvenes al empleo reiterado de sustancias estupefacientes y, por ende, a la marginalidad. La demoledora estadística es otra valiosa herramienta de la que echar mano. En España mueren anualmente, por causas directas, cerca de 8.000 enfermos drogodependientes, de los cuales 1.500 fallecen por las adulteraciones y envenenamientos que cualquiera de las 41.000 personas detenidas el año pasado por delitos relacionados contra la salud pública (tráfico de drogas) pudo añadir para acrecentar las indeseables ganancias. Es un tópico coreado y populista eso de que hay que educar a los niños para no corregir a los hombres. Sin embargo, en el luctuoso submundo de las drogas cobra especial relevancia esta oración simplona. Cuando un porcentaje importante de una generación se sumerge en el oscuro pozo de las toxicomanías, pierde ciudadanos útiles y contrae una pesada carga social de efectos traumáticos e invalidantes para todos. Las drogas no aligeran las frustraciones ni padecimientos de la vida, sólo crean esclavos y dolor. También el alcohol y el tabaco. Lupus est homo homine, non homo.

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