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León

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EL MES de junio asoma por el horizonte, y los padres recalcamos a nuestros hijos la necesidad de un último esfuerzo en los estudios. Es tu futuro, advertimos. Sin embargo, ese futuro tendrá poca o nula entidad en nuestra relación con ellos cuando sean ya adultos. Finalmente, su trabajo será algo muy etéreo para nosotros, y estaremos más pendientes del catarro del nieto que del escalafón del hijo. Cuántas vivencias podríamos contarles si estuvieran dispuestos a escuchar, pero el viaje iniciático que han empezado tiene sus férreas reglas: ha de hacerse solo. Los padres sabemos que la vida les irá examinando de duras materias, habrán de aprender lecciones que no figuran en los temarios y enfrentarse a pruebas para las que no se sentirán preparados. Y lo único que podemos hacer al respecto es proyectar que estaremos siempre ahí, con nuestra cátedra en amor, dispuestos a hablar de todo aquello que nosotros mismos no quisimos escucha r de nuestros padres y ellos de los suyos. Me asombra que haya quienes desearían regresar a los años del colegio o a los de la universidad. A veces, sueño que debo presentarme a un examen de cuya convocatoria me he enterado en el último momento, y de cuya materia no tengo libro ni apuntes; es una sensación angustiosa, uno de esos miedos que llevamos zigzagueando en los adentros y que nos conectan con túneles que creíamos cerrados; cuando me despierto de la pesadilla , respiro aliviado y ese día salgo silbando de casa, dispuesto a examinarme de condición humana, asignatura difícil donde las haya, en la que no valen los aprobados raspados y que a todos nos ha quedado alguna vez, o muchas, para septiembre.