Diario de León
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FEDERICO ABASCAL
León

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ESTAMOS muriendo menos que otros años en el mes de julio, por accidentes de tráfico rodado, y la dirección general correspondiente lo atribuye a la eficacia disuasoria del carné por puntos. Cuando las primeras páginas de los periódicos y la apertura de los telediarios informan de la cantidad de muertes que se producen, sin aparente causa justificada, es decir, porque la violencia ha sustituido a la normalidad, en sitios tan recurrentes como Irak, Israel y Líbano, la noticia de que en los primeros 26 días de este mes sólo se contabilizan 225 fallecimientos en nuestras carretera, nos produce cierto consuelo. Y no obedece este consuelo a que 225 muertes nos parezcan pocas, sino a que se trata de un número notablemente menor que el de otros años en el mismo espacio de tiempo. En julio de 2000 produjo la carretera quinientas víctimas mortales. El director general de Tráfico, Pere Navarro, se mostraba notablemente satisfecho de que en los paneles de su departamento tendiera la muerte a la baja. Pero tal vez Navarro se apresuraba en su satisfacción, pues aún quedan cinco días a contabilizar de julio, con la operación salida hacia agosto, y de entrada de julio a la regularidad del trabajo. El año pasado se contabilizaron en torno a trescientas muertes entre los días 1 y 26 de julio, 68 más que este año en ese mismo tiempo, lo que equivale a tres muertes menos cada día. Como el ánimo de los políticos sólo suele ser asequible al barrunto de su cese, el de Pere Navarro va en ascenso, y ayer remataba una respuesta en la rueda de prensa dedicada a la operación salida, a iniciarse a las tres de la tarde de hoy, con esta frase: «Me atrevo a decir que acabaremos (el mes) con menos de 300 fallecimientos». Que los hados le sean propicios, porque el hombre tiene el mérito de haberse preocupado, y preocuparse, por reducir esa sangría social y, por lo tanto humana que causan nuestras carreteras, nuestros vehículos y nuestros conductores. Porque hay mucha culpa repartida. El carné por puntos, idea de otros países oportunamente implantada en España, tiene un efecto disuasorio, pero disuasorio ¿de qué?. Pues lógicamente, y en gran medida, de las imprudencias, de las infracciones y de las incorrecciones de los conductores, lo que nos llevaría a pensar que esas incorrecciones, esas infracciones y esas imprudencias han sido responsables de miles y miles de las muertes que a lo largo de las últimas décadas han causado los accidentes en nuestras carreteras. No se entiende que la conducción incorrecta de vehículos no se haya castigado antes por nuestro código penal con las penas que ahora se contemplan. Habría que considerar prioritaria la inversión pública en mantenimiento de carreteras y señalizaciones, y dedicar a la educación vial desde la infancia la misma atención que se presta al culto de la velocidad.

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