Diario de León
Publicado por
SANTIAGO GONZÁLEZ FERNÁNDEZ
León

Creado:

Actualizado:

SÉ PERFECTAMENTE que este escrito no es «políticamente correcto». Ni pretendo ser original. No me importa. No escribo para ganar adhesiones a cierta forma de pensar. Y mucho menos para ganar votos. Lo hago para, modestamente, sumarme a cuantos hoy en día se atreven (¡qué osadía, señores!) a denunciar públicamente esa masacre inaudita que es el aborto procurado. ¡Ojalá pudiera remover alguna conciencia! Hay demasiadas vidas en juego como para cruzarse de brazos ante el desafío mundial que supone el masivo crimen del aborto. Y creo que no exagero en los términos. No en vano decía el filósofo Julián Marías que la aceptación social del aborto era lo más grave que había sucedido en el mundo a lo largo del siglo XX. Prácticamente me limitaré a citar textualmente, entrecomilladas, las palabras que en 1973 dejó escritas Jérôme Lejeune, catedrático en su día de Genética Fundamental en la Universidad de La Sorbona (París) y fundador de la Citogenética clínica. Son palabras que resumen con fuerza la certeza científica de uno de los padres de la genética moderna, gran médico y gran científico, descubridor de numerosas enfermedades de origen genético (de las que la trisomía es la más conocida). Dice el Dr. Lejeune que «la genética moderna se resume en que en el principio hay un mensaje, este mensaje está en la vida y este mensaje es la vida». Este enunciado podría ser perfectamente el credo del médico genetista más materialista que pueda existir. ¿Por qué esta afirmación? Pues porque... «sabemos con certeza que toda la información que definirá a un individuo, que le dictará no sólo su desarrollo sino también su conducta ulterior, sabemos que todas esas características están escritas en la primera célula. Y lo sabemos con una certeza que va más allá de toda duda razonable (...), porque ningún tipo de información entra en un huevo después de su fecundación». Como comprenderá el lector, estas palabras no son una opinión personal cualquiera. Y sé muy bien que habrá quien diga que, al principio, dos o tres días después de la fecundación, sólo hay un pequeño amasijo de células; más aún: en el primer momento, tan sólo hay una célula, la que proviene de la unión del óvulo y el espermatozoide. Y es cierto, pero, tras una activa multiplicación celular... «esa pequeña mora que anida en la pared del útero ¿es ya diferente de su madre? Claro que sí, -afirma Lejeune-, ya tiene su propia individualidad y, lo que es a duras penas creíble, ya es capaz de dar órdenes al organismo de su madre. Este minúsculo embrión, al sexto o séptimo día, con tan sólo un milímetro y medio de tamaño (...) es él y sólo él, quien detiene la menstruación de la madre, produciendo una nueva sustancia que obliga al cuerpo amarillo del ovario a ponerse en marcha». Aquí, el profesor Lejeune se está refiriendo a cómo el cigoto emite una orden química para que el ovario segregue una hormona llamada luteína, que será la encargada de paralizar la menstruación que expulsaría a dicho óvulo ya fecundado (el cigoto). ¡Tan pequeñito como es y ya obliga a su madre a protegerlo! Y añade el doctor: «a los quince días del primer retraso en la regla, es decir a la edad real de un mes, el ser humano mide cuatro milímetros y medio. Su minúsculo corazón late desde hace ya una semana; sus brazos, sus piernas, su cabeza, su cerebro, ya están formándose. A la edad de dos meses mide, desde la cabeza hasta el trasero, unos tres centímetros. Cabría, recogido sobre sí mismo, en una cáscara de nuez. Sería invisible en el interior de un puño cerrado: pero, extiendan la mano, está casi terminado, manos, pies, cabeza, órganos, cerebro... Todo está en su sitio y no hará sino crecer. Miren desde más cerca, podrán incluso leer las líneas de la palma de su mano y decirle la buenaventura. Miren desde más cerca aún, con un microscopio corriente, y podrán descifrar sus huellas digitales (...). El increíble Pulgarcito, el hombre más pequeño que un pulgar, existe de verdad: ¡lo hemos sido cada uno de nosotros!». He de confesar que siento un cierto escalofrío al pensar que el texto que estoy transcribiendo fue escrito en 1973 y que el año pasado se produjeron en España unos 90.000 abortos, casi todos en clínicas privadas (¡menudo negocio!) y también casi todos alegando la madre problemas psíquicos que podrían agravarse de seguir con el embarazo. Cada cual saque sus conclusiones, que tan difícil no es. Sé muy bien que hay quien dice que hasta los cinco o seis meses el cerebro humano no está del todo terminado. Pero no, ¡no!... «El cerebro sólo estará completamente en su sitio en el momento del nacimiento. Y sus innumerables conexiones no estarán completamente establecidas hasta que no cumpla los seis o siete años; y su maquinaria química y eléctrica no estará completamente rodada hasta los catorce o quince», nos dice el Dr. Lejeune. «Pero, ¿a nuestro Pulgarcito de dos meses ya le funciona el sistema nervioso? Pues claro que sí. Si su labio superior se roza con un cabello, mueve los brazos, el cuerpo y la cabeza en un movimiento de huida (...). A los cuatro meses se mueve tanto que su madre percibe sus movimientos (...). Y a los cinco meses se chupa el dedo y coge con firmeza el minúsculo bastón que le ponemos en las manos». Realmente, si todo esto es así, y reto a quien lo niegue a que lo rebata por escrito, ¿para qué tanta discusión? ¿por qué cuestionarse estérilmente si estos hombrecitos existen de verdad? ¿por qué ese derroche de raciocinio para fingir creer, como si uno fuera un ilustre bacteriólogo, que el sistema nervioso no existe antes de los cinco meses? Quiero acabar este artículo citando de nuevo a Jérôme Lejeune: «Cada día, la Ciencia nos descubre un poco más las maravillas de la vida oculta, de ese mundo bullicioso de la vida de los hombres minúsculos, aún más asombroso que los cuentos para niños. Porque esos niños, y todos los que ahora somos adultos, fuimos un día un Pulgarcito en el seno de nuestras madres». Y ahora, querido lector, permítame añadir a mí: por lo que más quieran, déjenles vivir, ¡dejadlos vivir!

tracking