Diario de León
Publicado por
RAMÓN PERNAS
León

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HE ESTADO en el bosque de las palabras perdidas, donde todo es silencio. Palabras que ya sólo viven en el más recóndito lugar de la memoria, en las ediciones antiguas de los diccionarios, las voces de los oficios, los nombres de los aperos, las mil formas arcaicas de decir «te amo». Visité la patria del castellano y me detuve en la matria generosa del idioma gallego, las dos son mis territorios más amados, y busqué en el eco la palabra madre, y grité colo y mar y vagalume . Encontré palabras heridas, lesionadas por el paso del tiempo. Había alguna rota, y le faltaba una letra; otras se habían quedado sin plural y vegetaban torpes y ciegas en un claro del bosque donde se curaban al sol del mediodía. Las palabras más jóvenes lucían fachendosas, asomándose descaradas al ojo de cristal de los teléfonos móviles; eran palabras sin caligrafía, repetidas en su arrogancia digital. Y en un bastidor arrumbado unas manos habían bordado la palabra amor , como un tatuaje en una piel de lino, como un te quiero grabado en la corteza de un árbol. En el camino de vuelta iba anudando una a una las palabras, que repetía en voz alta como quien canta una canción y alguna era un pájaro y aprendía a volar en los cielos de la imaginación que nacen en el corazón de los poetas. Pronuncié dolor y dije Dios, encontré la palabra primera del alfabeto de los afectos, conocí la palabra muerte y me topé con la voz esperanza para recuperar irmán como santo y seña de una divisa que tiene en el azul banderas. Y así, cayendo la tarde en el camino de vuelta, fueron ubicándose las palabras en la frase más bella que ellas eligieron y la página, de nuevo, comenzó a escribirse sola. Se lo aseguro.

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