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A VECES algún lector me para por la calle o me manda un correo electrónico y me pregunta de qué partido político soy. Al parecer es un mal común a muchos columnistas, me corrobora en animada tertulia ese genio de las letras gallegas que es Alfredo Conde. Pero no por anunciado me resulta menos chocante. Lógico, un día das un palo literario a Rodríguez Zapatero y eres de la derechona. Al día siguiente le dedicas un revés irónico a Mariano Rajoy y eres un sociata tendencioso. Hay otros columnistas a los que no les sucede. ¿Dos ejemplos? Uno veía venir al difunto Jaime Capmany. Incluso antes de abrir el ABC se sabía qué iba a decir, y sólo quedaba saber cómo lo decía. Lo mismo le pasa a Juan José Millás, en la otra acera ideológica. Y esto, señores, es un indicativo de lo mal que va este país. Mi suegro, el gran doctor Otero, me dio hace años una gran lección: «Da igual la derecha que la izquierda, todos son unos hijos de su madre». La frase, aunque categórica, encierra una verdad muy profunda: los políticos (en su mayor parte) no dejan de pertenecer al género humano y de proyectar en el telar de la res publica todos los defectos de dicha condición, maximizados por el poder. ¿En qué cabeza cabe, entonces, «ser de un partido»? Se es del Depor o del Barça, se es de la peña taurina, se es de Carballo, se es de perros o de gatos, se es de tinto o de blanco, o de los dos a la vez. No existen opciones excluyentes en éste bendito país nuestro excepto en política. «Hay que joderse», me dicen muchos del Partido Popular, «yo quería ir a la manifestación del sábado y Rajoy no quiere». Y claro, como son del PP, pues no van. Por favor, no sea usted de ningún partido. Reflexione sobre todas las burras que intenten venderle, vengan de quien vengan. Verá como es usted más feliz. Y con usted, también lo seremos todos.